sábado, 21 de febrero de 2015
Esquema clásico de un monasterio cisterciense.
Estamos ante un esquema clásico de un monasterio cisterciense, perteneciente al arte románico.
Roberto monje cluniacense de Molesmes, se retira en 1098 a Cîteaux, donde funda una abadía que dará nombre a los benedictinos reformados: el Cister. La pobreza en el vestido, la austeridad en la comida y la severidad en la vivienda son algunas de las normas que vienen fijadas en la normativa de las casas de esta orden.
La desnudez arquitectónica cristalizó en un prototipo de abadía uniforme, que se propagó vertiginosamente por toda Europa. Su distribución es siempre idéntica, con el propósito de que cualquier monje forastero se sintiese como en su propia casa nada más entrar, al reconocer la localización de todos y cada uno de los edificios que integraban el complejo monástico.
El núcleo germinal es la iglesia, cuya planta muestra ya las diferencias entre Cluny y Cîteaux. Mientras los cluniacenses proyectaron cabeceras semicirculares con protuberantes absidiolos y deambulatorios anulares se comunicaban con las naves, a las que tenía acceso el pueblo, los cistercienses prohibieron la entrada a los seglares y optaron por el testero plano. Además, utilizaron rejas para separar el templo en dos mitades: la parte oriental para los monjes profesos y el área de los pies para los hermanos legos o religiosos que no cantaban misa, procedentes de estratos sociales inferiores y que se ocupaban del servicio y de otras tareas mecánicas, como atender la huerta y la granja. La concepción caballeresca de los cistercienses les obligó a mantener también esta barrera de separación a lo largo y ancho del monasterio, entre los hermanos que rezan y los que trabajan. Incluso en su porte exterior, los legos se distinguían por vestir un sayal más corto sin capucha, y estaban obligados a dejarse barba.
Contiguo al templo se dispone el claustro, que simboliza el paraíso terrenal, donde el aire, el sol, los árboles, los pájaros y los cuatro canalillos que lo cruzan en ángulo recto. Es lugar de lectura, paseo y de meditación.
El claustro es también el órgano distribuidor de las dependencias monásticas. Las áreas de servicio que se abrían en sus cuatro galerías porticadas están representadas por la sala capitular, el refectorio, la cilla y el mandatum.
En la sala capitular se congregaban la comunidad, presidida por el abad, para discutir los asuntos del monasterio y acusarse públicamente los monjes de sus faltas. Al lado se construía el armariolum o biblioteca, el locutorium para conversar en privado con el superior, la gran sala de trabajos manuales, las lectrinas y dos accesos: el pasillo abovedado que salía al huerto y la caja de escaleras que ascendía al dormitorio común, alojado en la planta alta y amueblado con jergones tendidos en el suelo.
Las piezas que se edifican en la crujía del refectorio o comedor fueron la cocina, con el horno de pan, y el calefactorio, provisto de una chimenea central para combatir los rigores del invierno. Aquí se rompe el silencio de la clausura mientras los monjes se afeitan y sacan lustre a sus sandalias. Encima se eleva la alcoba del abad, que constituye el único aposento reservado del cenobio.