sábado, 16 de abril de 2016

Martirio de San Mauricio

Es una pintura, El Martirio de San Mauricio, obra de el pintor cretense Doménikos Theotokópoulos, El Greco, en la segunda mitad del Siglo XVI, por encargo de Felipe II para la Basílica de El Escorial, donde hoy permanece. El cuadro aparece dividido en tres escenas, San Mauricio y sus compañeros en primer plano a la derecha; a la izquierda, en un segundo plano, el martirio de la legión tebana; y en la parte superior el mundo celestial. 
Es una pintura al óleo.


El Greco se aleja del naturalismo de corte italiano que tan de moda estaba en ese momento, sus figuras se alargan mientras que disminuye su volumen, intentando pintar almas más que cuerpos, aunque todavía en las corazas de los soldados vemos un intento de mostrar la musculatura. Una luz irreal envuelve el cuadro, demasiado amarilla, dando a los colores tonos irreales, casi fosforescentes, apareciendo sus figuras casi cadavéricas, pálidas y amarillentas. Esa luz no procede de una fuente concreta, sino que parece que emana de las propias figuras, lo que las hace más irreales. No hay un gran interés por la perspectiva y la profundidad. El fondo donde son decapitados los legionarios está trazado al margen de las leyes de la perspectiva, lo que crea la sensación de que las figuras se amontones caóticamente. Esas leyes, por supuesto, no rigen para la parte celestial del cuadro. El color se aplica mediante una pincelada larga y muy suelta que deshace las formas, quedando los contornos desvaídos, lo que es especialmente evidente en la parte superior, envuelta entre vaporosas nubes. La composición responde más al significado de la obra que a cuestiones formales, pues el significado de la obras es muy complejo. El espacio aparece dividido por una gran diagonal en un plano terrenal y otro celestial. La parte celestial presenta una composición más dinámica, con diagonales que se entrecruzan y dan sensación de confusión. El plano terrenal, dividido a su vez en dos, presenta una composición más ordenada, a base de líneas verticales, y aunque hay una gran cantidad de figuras no hay sensación de confusión por la postura de quietud y equilibrio, y la expresión serena de las figuras del primer plano, lo que le quita dramatismo a la obra. El cuadro narra el tema de un grupo de soldados tebanos del ejército imperial romano que tienen que abjurar de su fe o ser ejecutados. Para entender su completo significado hay que prestar atención a los símbolos que llenan la obra siguiendo la tradición bizantina en la que se educó, así como por los gestos y expresión de los rostros de los protagonistas. En el primer plano se ve al grupo de soldados dialogando, y que con sus manos señalan arriba y abajo (vida terrenal o celestial), y que, tras abandonar las armas, van a optar por el martirio. Al pie un árbol truncado simboliza este martirio, mientras las piernas inician ya un movimiento ascendente. Detrás de ellos un grupo de soldados, vestidos según la moda del XVI, son testigos de la escena y miran hacia el espectador buscando nuestra complicidad. Son los modernos defensores de la fe, los soldados españoles que luchan contra los protestantes (Alejandro Farnesio, que dirige las tropas españolas en Holanda, aparece detrás de San Mauricio, y a su lado está el Duque de Saboya que dirigió la batalla de San Quintín contra los franceses) y contra los turcos (Don Juan de Austria, vencedor en Lepanto, aparece detrás de San Mauricio en el segundo plano). Al fondo a la izquierda se representa el martirio de todos ellos, iluminado por una luz celestial, dividido en dos escenas, cuando son despojados de su uniforme y cuando son decapitados. En la parte superior se representa el cielo donde los ángeles se preparan para acogerlos con las coronas y palmas de los mártires, en medio de brumas, apareciendo la misma división cielo/tierra que en Rafael aunque menos tajante.

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