Nos
encontramos ante una obra escultórica compuesta por dos figuras de tamaño,
perteneciente al Renacimiento, concretamente con La Piedad, es decir, la Virgen
María con el cuerpo de Cristo muerto en su regazo; tema que no tenía
precedentes en la escultura italiana, pero que sí tenía una tradición en la
religiosidad y en la escultura gótica
del norte de Europa.
Esta obra
fue realizada por Miguel Ángel Buonarroti entre 1498 y 1499. Sus
dimensiones son 174 por 195 cm y se encuentra en la
basílica de San Pedro del Vaticano. Se trata, por tanto, de una escultura del
Renacimiento italiano, concretamente realizada a final del Quatrocentto y comienzos
del Cincuententto.
En cuanto
al análisis de la obra vemos como dentro de un esquema triangular aparece María
con Cristo muerto en su regazo sobre un sudario. María presenta la pierna
derecha elevada respecto a la izquierda, lo que permite que el cuerpo de Cristo
quede expuesto al espectador. Contrasta el cuerpo semidesnudo de Cristo de
belleza clásica sin exageración en las formas y en el que el autor evita la
sangre, con la túnica de María y el sudario donde reposa Cristo; cuyos
abundantes y profundos pliegues crean unos efectos de claroscuro de gran
belleza. Tanto el gesto de María que inclina la cabeza hacia el Hijo y extiende
el brazo derecho mostrándonos el cuerpo muerto del Hijo, como la cinta, donde
aparece la firma de Miguel Ángel, que
recorre el torso de María; nos dirige la
mirada hacia Cristo, cuyo cuerpo pesado se hunde en el regazo dejando caer el
brazo izquierdo mientras inclina la cabeza hacia detrás.
Fue realizada
por encargo del cardenal francés Jean Bilhiéres de Lagraulas para su tumba. Muestra
la influencia clásica del joven Miguel
Ángel, que contaba con veinticuatro años en el momento en el que recibió el
encargo de esta obra. El escultor opta por representar el tema de la Virgen con
Cristo muerto sin recurrir al dramatismo extremo con el que se había tratado el
tema en el gótico final; sino que, por el contrario, todo en la obra respira
aceptación ante el destino redentor de Cristo. El rostro de María de belleza
inigualable no se deforma con expresiones de llanto o dolor sino que muestra un
dolor comedido mostrando a la Humanidad el cuerpo muerto de su Hijo. María
muestra un rostro ovalado, bello y joven; demasiado joven le criticaron a a
Miguel Ángel, pero con el que el autor dijo que quería representar la
virginidad eterna de María. La belleza de María no es la belleza de la carne
sino la del espíritu, belleza que no se marchita. Igualmente, Cristo parece
dormir hundido en el regazo de la Madre, abrazado por los pliegues del sudario
que parecen acogerlo; mostrándonos un cuerpo hermoso, de proporciones perfectas
donde aún no están presente la musculatura exagerada propias del autor: tan
sólo las llagas de las manos y pies y la herida del costado nos recuerdan la
Pasión, pero hay una ausencia total de sangre o heridas que afeen el cuerpo de
Jesús. Ambos figuras, la de Jesús y María, son sendos ejemplos de búsqueda de
la belleza neoplatónica, tan presente en el ideal humanístico.
Cabe
destacar el dominio de la técnica escultórica de Miguel Ángel así como el
extraordinario pulido de la obra. La luz parece resbalar por el cuerpo de
Cristo mientras que los abundantes y profundos pliegues del manto de la Virgen
y del sudario crean un juego de luces y sombras que acentúan la belleza
plástica de la escultura.
Sin duda
nos encontramos ante no sólo una de las obras más hermosas de Miguel Ángel y de
la escultura renacentista italiana, sino ante un icono de la religión católica.
Todo en ella transmite sosiego, reposo y aceptación por parte de la Madre del
destino redentor del Hijo entregado a la Humanidad en ese gesto del brazo
izquierdo de María, para la salvación de la misma. A lo largo de su vida Miguel
Ángel abordaría nuevamente el tema aunque con una sensibilidad tanto artística
como religiosa diferente.
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