jueves, 15 de noviembre de 2012

Bronces de Riace



 El descubrimiento de los bronces de Riace es uno de los hechos más apasionantes de la historia de la
arqueología de los últimos años. Fue el 16 de agosto de 1972 en la playa de Riace cuando Stefano
Mariottini, buceando en las profundidades del mar, descubrió las dos figuras que luego fueron recuperadas.
Se trata de dos esplendidas estatuas de bronce, de alrededor de 2 metros de altura, cuyo estado de
conservación es casi perfecto. Una vez rescatadas por la Superintendencia de Regio Calabria, comenzó el
trabajo de restauración, pero la necesidad de equipos y técnicos especializados obligó a trasladarlos a
Florencia. Los trabajos se terminaron en 1980 y las esculturas restauradas se exhibieron en Florencia y
Roma antes de llegar a su sede definitiva en el Museo de Regio Calabria.
Los eruditos han demostrado que los bronces de Riace son originales griegos de mediados del s. V a.C., lo
cual es muy importante para la comprensión de la escultura griega del siglo de Pericles. En dicho periodo, los
grandes escultores se dedicaban a realizar piezas de bronce de tamaño natural o un poco más grandes, de las
cuales existieron miles pero se conservan muy pocas. La mayoría de las esculturas de mármol que llenan los
museos hoy son copias helenísticas o romanas, y si nos topamos con originales, éstos son en su mayoría
esculturas de carácter decorativo, subordinadas a planos arquitectónicos. Pero las obras maestras del
periodo clásico eran de bronce.
Aún se desconoce al autor -o los autores- de los bronces de Riace, a quien representan exactamente y si
formaba parte o no de un grupo escultórico, sin embargo, estas siguen emitiendo el mensaje de la integración
de la belleza física y espiritual, el ser humano completo. Se cree que ambas estatuas representan guerreros.
La primera es una figura de pie masculina, barbada y con abundante cabellera de largos rizos, que sostiene
un escudo del cual quedaron restos en el antebrazo y el hombro izquierdo. La segunda estatua es un poco
mas baja, pero también es un hombre de pie, con el brazo izquierdo plegado que sostenía el escudo que
falta. El rostro esta recubierto por el yelmo corintio, cuya visera se alza sobre la frente. Ambas están
modeladas detalladamente, marcando músculos, haciéndose patente cada uno de los tendones, venas, y otras
particularidades propias de la anatomía humana. Sus cuerpos son tan perfectos que son irreales, pero no es
irreal la fascinación que despierta en quienes los admiran.
  



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