El monasterio de San Pedro, cerca de Moissac (Languedoc, Francia) se encuentra situado en la Occitania francesa, en la región de Languedoc en el sur de Francia, en la ruta turonense del Camino de Santiago. Fue fundado como abadía en el siglo VII, pero en los siglos siguientes sufrió saqueo y destrucción por musulmanes (tras su derrota en Poitiers) y, más tarde, por los normandos, estando en completa ruina cuando el Abad Durand llevó a cabo la restauración espiritual y material de la abadía y consagró la iglesia (1063) bajo la advocación de San Pedro, Apóstol preferido de los cluniacenses. La iglesia actual es gótica de finales del siglo XV, pero respetaron intacta la portada de la iglesia. Esta portada parece que se construyó sobre el 1110-15, período del abad Anquetil, según constata un cronista abad del siglo XV, Aymeric de Peyrac.
En el tímpano del pórtico se representa la visión descrita por San Juan en el Libro del Apocalipsis, junto con otras escenas bíblicas a los lados: Anunciación, Visitación y Huída a Egipto. Éstas últimas están plasmadas con un detallismo narrativo que sugiere que deben ser posteriores a las de la zona central del tímpano.
En las jambas de la puerta se plasma: a la izquierda, Isaías (por ser uno de los cuatro videntes y profeta mayor que anunciaba el nacimiento de Cristo); a la derecha, San Pedro (porque fue piedra angular de la Iglesia y primer sucesor de Cristo en la tierra; además, era patrón de Cluny a la que pertenecía este monasterio). El pilar parteluz contiene las seis leonas de la Revelación. En los laterales de la portada hay una serie de bajorrelieves. Se cree que fueron realizados varias décadas después del tímpano, pues presentan diferencias de estilo en las formas corporales y los plegados. A la izquierda, escenas de la infancia de Jesús, a la derecha hay representaciones alegórico-didácticas de la avaricia y la lujuria.
En la plástica románica se aprecia una diferencia entre las figuras dominantes que ocupan la posición clave de la composición y que están tratadas de manera hierática y monumental y las figuras pequeñas situadas en espacios secundarios, tratadas con mayor realismo. De ahí el contraste entre el solemne hieratismo del colosal Pantocrátor (ejecutado en relieve plano y frontal) y la expresiva delicadeza gestual de los ancianos (realizados en bulto redondo). Efectivamente, la figura de Cristo tienen un relieve aplastado, pero su volumen está sugerido por el vigor de los pliegues en forma de bandas, que delimitan superficies anchas de paños tensos. Los ancianos están esculpidos en bulto redondo prácticamente, de donde se deduce que la frontalidad plana de Dios es un efecto buscado y no una limitación técnica; los ancianos gesticulan y ofrecen unos rostros detenidamente esculpidos. El contraste expresivo es evidente: la fuerza solemne, sin concesiones delicadas, se concentra en la figura colosal del Pantocrator; la delicadeza, la expresividad sin concesiones a la fuerza se otorga a las pequeñas figuras de los lados y del friso inferior.Una visión rápida permite comprobar los arcaísmos propios del estilo románico: expresión solemne un tanto deshumanizada, trazos sumarios del rostro, rigidez en los miembros, convencionalismo en los tamaños, con la figura principal en gran tamaño y el resto más pequeña, posición simétrica de las figuras, ausencia de belleza ideal... Todo nos acerca a un arte rudo, plano, frontal. Pero una contemplación más detenida nos invita a seguir la fuerza de las líneas que se retuercen en ritmos diversos, o a admirar las contorsiones intrincadas de los cuerpos, especialmente, la de los veinticuatro ancianos. El autor se sentía movido a plasmar en la piedra las concepciones religiosas, los sueños de la fantasía y el sentimiento de una época de peregrinaciones.
En este monasterio, como en el resto de los edificios románicos, la escultura se concentraba en los claustros y en las portadas. En este caso, las esculturas del Claustro están fechadas con seguridad por una inscripción en 1100. Los capiteles del claustro se distinguen por sus formas elegantes, el modelado de los ropajes y las composiciones plenas de vida. La mayoría de los capiteles, estudiados por Emile Mâle y H. Focillon, recogen temas del Apocalipsis, tomados del Libro de Daniel; su técnica y su temática se continúan en el Pórtico que hemos analizado.
Las características estilísticas analizadas en esta portada son las propias de la plástica románica más clásica: el antinaturalismo, la rigidez, la falta de volumen, el inexpresivismo, la abstracción de la realidad visual, el intenso espiritualismo y fervor religioso. Todos estos elementos están presentes en las grandes obras escultóricas francesas: las portadas de San Sernín de Toulouse, La de la Magdalena de Vézelay, la de la Santa Fe de Conques o la de San Lázaro de Autun. Pero a lo largo de dos siglos la escultura no dejó de evolucionar, y en su última etapa, la riqueza en pliegues dinámicos y el bulto redondo muestran ya el olvido de la función arquitectónica y la búsqueda de efectos pintorescos o anecdóticos. Toda esta evolución es apreciable en las vestimentas, el volumen y las expresiones, como es apreciable en la Portada de San Trófimo de Arlés.
En este monasterio, como en el resto de los edificios románicos, la escultura se concentraba en los claustros y en las portadas. En este caso, las esculturas del Claustro están fechadas con seguridad por una inscripción en 1100. Los capiteles del claustro se distinguen por sus formas elegantes, el modelado de los ropajes y las composiciones plenas de vida. La mayoría de los capiteles, estudiados por Emile Mâle y H. Focillon, recogen temas del Apocalipsis, tomados del Libro de Daniel; su técnica y su temática se continúan en el Pórtico que hemos analizado.
Las características estilísticas analizadas en esta portada son las propias de la plástica románica más clásica: el antinaturalismo, la rigidez, la falta de volumen, el inexpresivismo, la abstracción de la realidad visual, el intenso espiritualismo y fervor religioso. Todos estos elementos están presentes en las grandes obras escultóricas francesas: las portadas de San Sernín de Toulouse, La de la Magdalena de Vézelay, la de la Santa Fe de Conques o la de San Lázaro de Autun. Pero a lo largo de dos siglos la escultura no dejó de evolucionar, y en su última etapa, la riqueza en pliegues dinámicos y el bulto redondo muestran ya el olvido de la función arquitectónica y la búsqueda de efectos pintorescos o anecdóticos. Toda esta evolución es apreciable en las vestimentas, el volumen y las expresiones, como es apreciable en la Portada de San Trófimo de Arlés.
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