Con San
Longino, realizada
para ser colocada en uno de los nichos interiores de la iglesia de
San Pedro del Vaticano, Bernini entra en su etapa de
madurez o, también llamadaAlto Barroco, que se caracteriza por la
importancia conferida al ropaje para apoyar el impacto emocional. Las
telas revolotean y se arrebujan en grandes masas de efecto
claroscurista, que le permiten policromar la imagen con la luz.
Anteriormente, en su etapa juvenil, había realizado los encargos
mitológicos y bíblicos para el Cardenal Borghese en su villa (Villa
Borghese), tales como Apolo y Dafne, Rapto de Proserpina o David). A
partir de ahora, trabajará para su amigo el Papa Urbano VIII.
A
partir de 1624 hasta el final de sus días, se ocupó exclusivamente
de obras religiosas. En ésta, de la que se conservan más de treinta
bocetos preparatorios, Bernini rompe con la idea de que la escultura
había de estar hecha de un solo bloque de piedra. Al igual que
muchos de sus grupos y figuras, su San
Longino, se compone
de múltiples piezas: la cabeza, el tronco, los brazos, el manto de
delante y el manto de detrás.
Bernini acepta una única
perspectiva. Sus estatuas están concebidas en profundidad, están
compuestas como imágenes para un único y principal punto de vista.
Juega con el sentido de la unifacialidad rompiendo, de esta manera,
con la multifacialidad manierista.
Incorpora también en su obra
otros rasgos esenciales de la plástica barroca, como es la
teatralidad por medio del dinamismo. Sus figuras no sólo se mueven
libremente en profundidad sino que parecen pertenecer al mismo
espacio en el que el espectador se encuentra. Sus esculturas,
distintas a la estatuaria renacentista, necesitan la continuidad del
espacio que las rodea porque sin éste perderían su razón de ser,
se descontextualiza-rían. Así, San
Longino,que mira hacia
la luz celestial que cae desde la cúpula, ha de ser contemplado
dentro del espacio para el que fue concebido y en relación al
espectador, pues es una representación.
A través del mármol nos
transmite diversas texturas: el tacto de las ropas, con su grosor,
diverge con la suave piel. La caída del ropaje, trabajada con
magníficos pliegues que vuelan agitadamente, parece apoyar y
participar en la actitud mental de la figura. El cuerpo exaltado
de San Longino está
casi oculto bajo la pesadez del manto: es la conquista del cuerpo por
el ropaje.
La
nueva importancia conferida al ropaje como factor determinante para
reforzar el impacto emocional de la obra se encontrará durante los
mismos años en las pinturas de Cortona, e incluso en las de un
artista como Guido Reni.
En la composición sobresale al mismo
tiempo la sencillez y el dramático movimiento acentuado por el cruce
de diagonales de la lanza y los brazos, que forman a su vez un
triangulo.
La figura contiene un profundo naturalismo, expresa
un pathos extraordinario,
un sentimiento muy influenciado por el manierismo y el helenismo. Uno
de sus puntos de reflexión es la escultura de Miguel Ángel, y su
otra fuente de inspiración es su conocimiento del mundo clásico.
La
figura del centurión romano que había clavado la lanza en el
costado a Cristo, crucificado en la cruz, se alza como un
gigantesco y retórico héroes; sus abandonados y pretéritos
símbolos militares por el suelo, Longino se cubre con una amplísima
capa, que adquiere el papel de objeto movido, abre los brazos en
actitud declamatoria, parlante, demostrativa, vuelve los ojos hacia
arriba y muestra su lanza probatoria. Firmemente apoyado sobre el
terreno, Longino compone una figura triangular que queda encerrada en
el espacio del nicho pero que, al mismo tiempo, lo rellena,
dinámicamente, con su trayectoria diagonal, abriéndose hacial la
lanza y, virtualmente, hacia el altar mayor. El gesto
grandilocuente de su contraposto amplifica la direccionalidad de una
fitura estática; unas superficies siempre rugosas, que absorben la
luz sin reflejarla, se convierten en el vehículo de unas
texturas palpitantes, tímidamente claroscuristas. El manto
vuelve a convertirse en factor esencial; se agita, palpita al
compás de los sentimientos del santo más que con el movimiento
de su cuerpo, repite como un eco amplificador su más elocuente
anatomía, subraya sus gestos y los enmarca, como si poseyera vida
propia y fuera capaz de dar cuenta de la transformación
milagrosa que se ha producido en el ánimo del que la viste y
contagiar sus efectos a través de su visión. Bernini había
descubierto una correlación objetiva de la emoción religiosa que
confiere profundidad psicológica a la figuración.
Durante
casi cincuenta años, Bernini trabajó simultáneamente en múltiples
empresas, muchas de ellas se realizaron durante largos períodos de
tiempo en los que incorporaba cambios y alteraciones mientras el
desarrollo de la obra lo permitía. Así, necesitó diez años para
finalizar esta monumental escultura, pues no la dio por terminada
hasta 1641.
Gian Lorenzo
Bernini esculpió este Longinos colosal,
de más de tres metros, para ser ubicado en una de las hornacinas que
decoran los grandes pilares que sustentan la cúpula de la basílica
de San Pedro de Roma, realizada por Miguel Ángel.
Gian
Lorenzo Bernini es
la figura culminante del espíritu barroco italiano. Marca con su
sello toda una época y basta su obra para comprender y sentir el
barroco italiano. Bernini dominó todas las disciplinas artísticas,
pero por encima de todo su vocación fue la escultura. Los rudimentos
de la profesión los adquiere con su padre, que en 1605 se traslada
de Nápoles a Roma. A partir de entonces, el joven Bernini copia las
antigüedades grecolatinas del Vaticano y admira el arte de Miguel
Ángel. Años después sus contemporáneos lo consideraran el Miguel
Ángel del siglo XVII. Su técnica será perfecta y su virtuosismo
genial lo desarrolla desde la juventud. A él le atrae lo decorativo,
la exuberancia y el misticismo. El modelado de la curva y la
multiplicidad de planos conducen a la aparatosidad y la conmoción.
Su virtuosismo es excepcional al hacer que el mármol se convierta en
carne, telas o vegetales. Sus características principales serán el
movimiento exaltado y en plena acción, la búsqueda de calidades
texturales, la violencia expresiva y un profundo naturalismo. El
material que utilizó fue el mármol y tanto las figuras aisladas
como los grupos tendrán un punto de vista frontal. Y es que Gian Lorenzo Bernini fue una persona sumamente creyente que trasladó toda su devoción cristiana a las formas artísticas, a las esculturas en concreto. Ejemplos de ello los podemos ver en muchas de sus obras como en la Tumba de Urbano VIII que también se conserva en la basílica de San Pedro, en el famoso grupo arquitectónico-escultórico de " El éxtasis de Santa Teresa", o en las escultura de Santa Bibiana o del Profeta Habacuc, conservadas en sendas iglesias romanas, la de santa Bibiana y la de Santa María del Popolo, respectivamente.