Es una pintura, El Martirio de San Mauricio, obra de
el pintor cretense Doménikos Theotokópoulos, El
Greco, en la segunda mitad del Siglo XVI, por
encargo de Felipe II para la Basílica de El Escorial,
donde hoy permanece. El cuadro aparece dividido en tres escenas, San Mauricio
y sus compañeros en primer plano a la derecha; a la
izquierda, en un segundo plano, el martirio de la legión
tebana; y en la parte superior el mundo celestial.
Es una pintura al óleo.
El Greco se aleja del
naturalismo de corte italiano que tan de moda estaba
en ese momento, sus figuras se alargan mientras que
disminuye su volumen, intentando pintar almas más
que cuerpos, aunque todavía en las corazas de los
soldados vemos un intento de mostrar la musculatura. Una luz irreal envuelve el cuadro, demasiado amarilla, dando a los colores tonos irreales, casi
fosforescentes, apareciendo sus figuras casi cadavéricas, pálidas y amarillentas. Esa luz no
procede de una fuente concreta, sino que parece que emana de las propias figuras, lo que las
hace más irreales.
No hay un gran interés por la perspectiva y la profundidad. El fondo donde son decapitados los
legionarios está trazado al margen de las leyes de la perspectiva, lo que crea la sensación de que
las figuras se amontones caóticamente. Esas leyes, por supuesto, no rigen para la parte celestial
del cuadro.
El color se aplica mediante una pincelada larga y muy suelta que deshace las formas, quedando
los contornos desvaídos, lo que es especialmente evidente en la parte superior, envuelta entre
vaporosas nubes.
La composición responde más al significado de la obra que a cuestiones formales, pues el
significado de la obras es muy complejo. El espacio aparece dividido por una gran diagonal en un
plano terrenal y otro celestial. La parte celestial presenta una composición más dinámica, con
diagonales que se entrecruzan y dan sensación de confusión. El plano terrenal, dividido a su vez
en dos, presenta una composición más ordenada, a base de líneas verticales, y aunque hay una
gran cantidad de figuras no hay sensación de confusión por la postura de quietud y equilibrio, y la
expresión serena de las figuras del primer plano, lo que le quita dramatismo a la obra.
El cuadro narra el tema de un grupo de soldados tebanos del ejército imperial romano que tienen
que abjurar de su fe o ser ejecutados. Para entender su completo significado hay que prestar
atención a los símbolos que llenan la obra siguiendo la tradición bizantina en la que se educó, así
como por los gestos y expresión de los rostros de los protagonistas.
En el primer plano se ve al grupo de soldados dialogando, y que con sus manos señalan arriba y
abajo (vida terrenal o celestial), y que, tras abandonar las armas, van a optar por el martirio. Al pie
un árbol truncado simboliza este martirio, mientras las piernas inician ya un movimiento ascendente.
Detrás de ellos un grupo de soldados, vestidos según la moda del XVI, son testigos de la escena y
miran hacia el espectador buscando nuestra complicidad. Son los modernos defensores de la fe, los
soldados españoles que luchan contra los protestantes (Alejandro Farnesio, que dirige las tropas
españolas en Holanda, aparece detrás de San Mauricio, y a su lado está el Duque de Saboya que
dirigió la batalla de San Quintín contra los franceses) y contra los turcos (Don Juan de Austria,
vencedor en Lepanto, aparece detrás de San Mauricio en el segundo plano).
Al fondo a la izquierda se representa el martirio de todos ellos, iluminado por una luz celestial,
dividido en dos escenas, cuando son despojados de su uniforme y cuando son decapitados.
En la parte superior se representa el cielo donde los ángeles se preparan para acogerlos con las
coronas y palmas de los mártires, en medio de brumas, apareciendo la misma división cielo/tierra
que en Rafael aunque menos tajante.