Tanto la pintura como la escultura o el relieve, adquieren en el Antiguo Egipto una considerable importancia, tanto por ser un elemento complementario de la arquitectura monumental, como por su propio valor propagandístico, lo mismo en lo referente al ámbito religioso como al poder político. Por ello, las artes plásticas tienen en el arte egipcio un mecenago principalmente oficial, que es el que explica la mayoría de las obras realizadas, dedicadas bien a prodigar e insistir en el carácter eterno de sus faraones, o a recordar el poder de sus numerosos dioses.
No obstante, no deja de ser curioso en un arte tan rígido en casi todos los aspectos como es el egipcio, que junto a este arte oficial existan también numerosas obras que reproducen el Egipto cotidiano, el de los seres sencillos que realizan sus trabajos mundanos. Suelen ser pequeñas obras en contraposición a las oficiales, siempre mucho mayores, y que desarrollan unos valores de expresividad y movimiento, de espontaneidad y frescura, que contrasta con las formas estereotipadas y rígidas del resto del arte egicpio.
Ésta sería otra de las características de las artes plásticas egipcias, la dependencia de unas formulaciones artísticas basadas en estereotipos y convencionalismos inflexibles, que además se mantuvieron prácticamente inalterables a lo largo de la dilatada historia del Antiguo Egipto. Tal vez la propia rigidez de la estructura política y social de aquella civilización, igualmente inalterable a lo largo de milenios, explique también la continuidad formal del arte egipcio a lo largo del tiempo, pero también su aislamiento geográfico y político, que dificultó la entrada de influencias foráneas que pudieran variar ese carácter inalterable de su creatividad.
Especialmente la estatuaria oficial mantiene inalterable unas convenciones reiterativas: rigidez y hieratismo, frontalidad, actitudes tipológicas características, como el adelanto de una pierna respecto al resto del cuerpo que mantiene una estructura cúbica, estructura en la que se inscriben los brazos, pegados rígidamente al cuerpo como una continuación del bloque de piedra. El deseo de perdurabilidad que consagraban estas piezas oficiales explica también la utilización de materiales muy duros, lo que obligaba a labras simplemente delineadas sin ahondar en la masa cúbica.
Por el contrario los relieves y esculturas de tipo más popular admiten mucha más libertad creativa al no estar sometidas al dictado del poder. En estos casos, las posturas se agilizan, las composiciones se dinamizan, y al utilizarse materiales más blandos como el yeso o la madera se puede trabajar mucho más el detalle, se pueden multiplicar los puntos de vista de la pieza, y puede asimismo útilzarse el complemento cromático con mucho más intensidad, lo que da a las obras una alegría y una vistosidad, imposible de lograr en la estatuaria de basalto o granito o diorita. Cabría incluir en este grupo obras tan conocidas como el Escriba sentado o El alcalde del pueblo
Aunque el relieve que hoy nos interesa, en realidad no responde a ninguna de las dos opciones que acabamos de explicar. Como todo lo que rodeó la vida y reinado de Akhenaton y su revolución de Tell el Amarna, el relieve que hoy comentamos es singular y diferente a todo lo establecido. Amenofis IV, en pleno Imperio Nuevo, inició una transformación revolucionaria de la estructura religiosa del antiguo Egipto, lo que estremeció a su vez toda la organización social, porlítica y cultural de un país cuyas tradiciones milenarias parecían inalterables. Amenofis IV despreció a la curia oficial religiosa, dio la espalda a los dioses de la tradición e impuso un culto monoteísta basado en la adoración al dios sol, Atón. Cambió su nombre en honor a ese dios por el de Akhenaton y trasladó la corte a un nuevo emplazamiento, Tell el Amarna, dando lugar a lo que se conoció como revolución o periodo de Amarna.
Si todo cambió a partir de ese momento, también el arte se vio sacudido por un cambio que hubiera resultado impensable sólo unos años antes, porque especialmente afectó precisamente al arte oficial, el que se había mantenido inmutable desde el Imperio Antiguo. La estatuaria cobra mucha más naturalidad y pierde mucha de la rigidez y de los convencionalismos que la ataban desde siempre. La misma representación del faraón se contagió de un realismo, a veces caricaturesco, que exageraba las facciones, especialmente de Amenofis, no se sabe si para representarlo en toda su fealdad, o para con ello destacar la fragilidad del hombre, aunque sea faraón, frente al poder omnímodo del dios único. Mismo realismo que también se acusó en los retratos de su mujer, Nefertiti, aunque en este caso para subrayar una belleza legendaria, que en ejemplos como el busto de Nefertiti, que guardan los Museos estatales de Berlín, adquiere valores épicos.
En el caso de la representación escultórica a través del relieve, también la revolución de Amarna introdujo cambios importantes. Hasta entonces el relieve había participado lo mismo de los convencionalismo consabidos que ya hemos comentado en la escultura, como en los habituales de la pintura. Se trabajaba también materiales duros y se prodigaba por igual el medio relieve que el hueco relieve. A la rigidez y estatismo figurativo se añadían esas convenciones pictóricas que incluían entre otras, la perspectiva torcida (cuerpo de frente y cabeza y extremidades de perfil), la ausencia de profundidad, la repetición de perfiles como recurso de generar sensación de movimiento o de insinuar la superposición de planos de profundidad, la superposición de registros como recurso narrativo y la delimitación muy marcada de los perfiles, lo que en el relieve adquiría un valor en sí mismo al ser los contornos de las figuras los que delimitaban precisamente la representación.
También en este caso, el relieve que nos ocupa varía completamente esa caracterización de siglos. Cambia en primer lugar el tema, como había ocurrido durante el periodo de Amarna en todos los géneros artísticos, porque ahora lejos de querer representar el poder del faraón bajo toda su pompa y protocolo, se le caracteriza como si se abriera una ventana a la cotidianidad más familiar y un ambiente costumbrista irrumpiera en la escena con toda su naturalidad, espontaneidad y frescura. Así se representa a Akhenaton y enfrente Nefertiti que juguetean con sus hijas, Meritaron en brazos de su padre, y Meketaton y Anjesenpaaton en los de su madre. Todos bajo los auspicios de un dios sol que irradia su poder sobre la familia presidiendo la escena, como presidía el país, y del que emanan los rayos acabados en manos, símbolos de la vida de los reyes y del efecto vivificador del sol.
La pieza, en caliza, formaba parte al parecer de un altar de adoración familiar. Se graba en hueco relieve, siendo en esta época la técnica más utilizada junto al alto relieve, ambas dos fórmulas de más impacto visual con las que reasaltar la importancia de las figuras. Los personajes se representan con el mismo realismo que hemos indicado para la estatuaria de Amarna, ajenos a los convencionalismo habituales y mucho más naturalistas en actitudes y detalles. No varía en cualquier caso una estructra compositiva que conserva el orden y la simetría, en este caso evidente a través de la posición de Akhenaton y Nefertiti, que en una doble curva inversa actúan como un paréntesis en la representación y cierran la composición. El círculo solar remata la escena en el vértice de un triángulo compositivo. Pero esta simetría no resulta en exceso rígida en esta ocasión, al contrario de lo habitual. Tal vez porque se frecuenta la línea curva otorgándole a la composición mucha más vivacidad, en los contornos de la figuras, en los movimientos de las niñas, incluso en las cintas ondulantes de sus coronas o en la suavidad general del trazo.
podeis ampliar información en: