Nos encontramos ante una obra escultórica de arte renacentista, concretamente la Piedad florentina, del Cinquecento italiano, esculpida en mármol por Miguel Ángel entre el 1550 y el 1555.
La iconografía de la pieza varía, pues la imagen habitual de representar exclusivamente a María y Cristo, se enriquece ahora con las imágenes de Nicodemo, que sostiene a Cristo, y María Magdalena, al lado de la Virgen. Para muchos la obra es un reflejo de la crisis espiritual que estaba afectando a Miguel Ángel en esos años, de ahí el dramatismo y la angustia de unos personajes que se retuercen y desequilibran en un ejercicio escultórico de marcado carácter manierista. Insatisfecho con su trabajo, Miguel Ángel destruyó parte de la obra, que repararía y un discípulo de Miguel Ángel. De ahí que el análisis formal de la obra merezca matizaciones porque la figura de María Magdalena no es de Miguel Ángel, ni las piernas de Cristo, extrañamente delgadas, son tampoco suyas. Lo demás en cambio muestra una escultura llena de fuerza y vigor: Nicodemo, en el que Miguel Ángel aprovechó para retratarse, preside la escena en lo alto de una estructura piramidal. Si bien lejos de dar estabilidad al grupo sirve para que desde esa altura la imagen de Cristo se desvanezca, retorcida sobre sí misma y en completo desequilibrio. Mostrando una anatomía poderosa, típicamente manierista, que por contraste, acentúa la sensación doliente de un destino funesto ante el que no se puede combatir.
Miguel Ángel inicia verdaderamente su trayectoria profesional, surcada por diversos viajes e importantes encargos. Tras una estancia en Bolonia en 1494, donde dejará esculpido un ángel para Santo Domingo de Guzmán y descubrirá el trabajo de Jacobo Della Quercia, regresa nuevamente a Florencia por un breve lapso de tiempo antes de iniciar su primer viaje a Roma. En dicha ciudad, donde permanece en esta ocasión entre los años de 1496 y 1501, va a realizar su famosísima, delicada y perfecta Piedad del Vaticano (obra de la que el artista, ya en vida, se sentía especialmente orgulloso, como demuestra el hecho de que la reconociera con su firma, circunstancia única en su producción).
De vuelta en Florencia, Miguel Ángel realizará una serie de obras "menores" (caso de los tondos ejecutados para Tadeo Taddei y Bartolomeo Pitti o el San Mateo para Santa Maria dei Fiore), siendo lo más destacable de entre las piezas que va a llevar a cabo en este periodo su monumental estatua del David(1502-1504), obra cumbre de todo el arte imitativo de la Antigüedad por lo que de perfección en la ejecución, belleza en la forma y originalidad en la manera de abordar la tipología posee.
Tal era la admiración que entre sus coetáneos levantaba Miguel Ángel que el propio Papa Julio II le convertirá en el responsable de un proyecto de una envergadura colosal, su tumba, encargo que a la postre tan sólo generará disgustos y frustración al artista. La muerte del Papa, el desinterés de sus sucesores en la finalización del mausoleo, la escasez de fondos para llevar a cabo el diseño original o la propia dispersión a la que sometía Julio II a Miguel Ángel con la encomienda de diversos encargos solapados, dieron como resultado que la ejecución de la obra se alargara durante décadas (1505-1550), llegando a finalizarse tan sólo una modesta versión de la tumba materializada en un sepulcro de pared que incluía la escultura, entre otras (la mayoría dispersas hoy día), del Moisés (hacia 1513-1515).
También son los años de su platónica relación con Vittoria Coonna, cuya amistad reforzará esa tendencia a la espiritualidad apreciable en su producción última. Terribles y absolutamente precursoras son sus Deposiciones de estos años (en las mismas se puede apreciar claramente la idea repetida hasta la saciedad, aunque no por ello menos cierta, de la capacidad de Miguel Ángel de "extraer vida de la piedra"), ejemplo clásico de las cuales ha de señalarse la Piedad Rondanini.