miércoles, 9 de marzo de 2016

La Asunción de la Virgen 


La Asunción que Tiziano pintó para la iglesia de Santa María dei Frari en Venecia es una de sus obras más espectaculares. Supone el primer encargo de importancia para el artista en un año en el que es nombrado pintor oficial de la Serenísima República de Venecia (1516), poniéndose en contacto, además, con el duque de Ferrara, su primer cliente importante.

Asunción
En la iglesia veneciana, Tiziano desarrolla una de sus obras más sorprendentes y revolucionarias. Sus fuentes de inspiración serían Mantegna y Giovanni Bellini, aunque el maestro las perfecciona abandonando el realismo para otorgar al asunto la sobrenaturalidad necesaria. 

La composición se divide en tres espacios: la zona superior, con Dios Padre esperando a recibir a María en su seno; la central, con la Virgen María siendo ascendida por una gran corte de querubines; y la inferior, donde los apóstoles contemplan el episodio. Pero Tiziano ha conseguido unir las tres zonas de manera espectacular a través de diferentes elementos como son el color rojo que afecta a las tres zonas; la luz, al iluminar de igual manera la zona terrenal y la celestial, sin hacer variaciones entre ambas; los gestos de las figuras, que ponen en contacto los diferentes planos el brazo levantado del apóstol de espaldas, el querubín que aparece a su lado, la mirada hacia arriba de la Virgen o Dios Padre mirando hacia abajo, la unidad compositiva, al recurrir a una pirámide para la zona terrenal y un círculo en la celestial, participando la Virgen en ambos mundos lo que indica su calidad de intercesora para el ser humano en su salvación. 

Las figuras empleadas por el maestro son de gran tamaño, destacando las posturas movidas que otorgan mayor veracidad. Recurre a una doble perspectiva de gran originalidad al mirar de arriba a abajo en los apóstoles y de abajo a arriba en la Virgen y Dios Padre. La intensidad del colorido y el brillo de la luz dorada forman parte de la cuidadosa puesta en escena seguida por Tiziano, quien había calculado hasta los más mínimos detalles de emplazamiento ya que el lienzo se sitúa al final de un gran altar gótico y en un difícil contraluz, contrarrestado por la maravillosa luminosidad que emana de la obra. De esta manera se pone de manifiesto el deseo del maestro por agradar a sus clientes.


Comentario
La Asunción que Tizian
La Virgen del jilguero

Se nos presenta a la virgen como una mujer de su época, joven, llena de amor, de ternura hacia su hijo y San Juan Bautista que desnudo juegan con un jilguero, mientras que ella sostiene un libro abierto. La anatomía es todavía esa redondez blanda, pero que denota un gran conocimiento de la anatomía humana. Los colores son claros, suaves, transparentes, con dominio de lo cálido. Toda la composición se llena de un notable equilibrio y serenidad. La Virgen sostiene un libro, lo que permite identificarla como Sedes Sapientiae («Asiento de la Sabiduría»). El jilguero es un símbolo de la futura muerte violenta de Cristo. San Juan ofrece el jilguero a Cristo como advertencia en relación con su futuro.

En su etapa florentina, Rafael se fija en el estilo de los dos grandes maestros, Leonardo da Vinci y Miguel Ángel, tomando del primero la técnica del sfumato y del segundo sus poderosos modelados, la disposición en profundidad y el enlace de los cuerpos entre sí. De sus obras de esta etapa se deduce ya el potencial que ofrece como artista, destacando sobre todo por pintar una serie de “Madonnas”, realizadas al óleo sobre tabla. En estas “Vírgenes con Niño” se funde en un perfecto equilibrio el sentido renacentista de la belleza con el idealismo neoplatónico y la devoción cristiana. En ellas Rafael se muestra como un perfecto ejemplo del equilibrio clasicista del siglo XVI, con gran sentido de la medida, la simetría y la claridad compositiva, la plasmación de la belleza ideal, las luces diáfanas y el encanto en el uso del color.

La Virgen del jilguero (en italiano Madonna del cardellino) es una pintura del artista renacentista italiano Rafael Sanzio, datada hacia 1505. Es una pintura al óleo sobre tabla con unas dimensiones de 107 centímetros de alto y 77 cm. de ancho. Se conserva en la Galería Uffizi de Florencia, Italia. Es una Virgen con Niño y san Juanito ejecutada durante la estancia de Rafael en Florencia. La Virgen fue un regalo de bodas de Rafael a su amigo Lorenzo Nasi. El 17 de noviembre de 1548 la casa de Nasi quedó destruida por un terremoto, y la pintura se partió en diecisiete fragmentos. Escribe en el año 1568 Giorgio Vasari: «Encontraron las piezas entre el mortero de las ruinas, fueron donde Battista, hijo de Lorenzo, muy amante del arte, para que la rehiciera de la mejor manera que pudiese». Fue restaurada poco después, pero el daño aún resulta visible. Los análisis con rayos X permitieron ver las fracturas entre las piezas, rellenas por nueva pintura. La esquina inferior izquierda fue completamente rehecho, así como un rectángulo correspondiente a la pierna de Jesús. Entre el año 2000 y el 2002 se han hecho investigaciones para una nueva restauración, terminada en 2008.  
La Piedad

Nos encontramos ante una obra escultórica de arte renacentista, concretamente la Piedad florentina, del Cinquecento italiano, esculpida en mármol por Miguel Ángel entre el 1550 y el 1555.

Se dice que el Maestro la había pensado para su propia tumba, y como en otras ocasiones aparece también aquí el "non finito", la obra inacabada. Quizá accidental, quizá efecto buscado. El momento contado por la obra está una vez más entre el "descendimiento" y "La Piedad": Nicodemo (la figura encapuchada), ha descendido a Cristo de la cruz y lo sostiene al tiempo que María (a la derecha) lo apoya en su regazo. A la izquierda María Magdalena también contribuye a sostenerlo. Vuelve aquí Miguel Ángel a la estructura piramidal, pero a diferencia de la Piedad del Vaticano, el cuerpo de Cristo no se encuentra en posición horizontal sobre el regazo de María, ni vertical sostenido por Nicodemo, sino formando una S muy marcada, sobre todo por el ángulo que dibuja su pierna derecha. Algunos biógrafos de Miguel Ángel sostienen que la obra fue abandonada y parcialmente destruída por el maestro por diversas causas (mármol de mala calidad, frustración por algún error irreparable), pero lo cierto es que no sólo quedó sin terminar el rostro de María y la parte inferior del grupo, sino que la figura de Magdalena está realizada por otra mano, la de su alumno Tiberio Calcagni que la tuvo en su estudio. El dato más curioso es que, bajo la apariencia de Nicodemo está el autorretrato de Miguel Ángel, según nos cuenta Giorgio Vasari.

La coronación de la Virgen


Nos enocontramos ante una pintura al fresco de arte renacentista, concretamente La coronación de la Virgen, hecho por Beato Angelico en el convento de San Marcos en Florencia, durante el periodo de tiempo que transcurre entre los años 1438 y 1450. Sus dimenciones son de 184 x 167 cm.

En la imagen vemos como la Virgen esta siendo coronada, y en un plano inferior aparecen arrodillados Santo Tomás de Aquino, San Benito, Santo Domingo de Guzmán, San Francisco de Asís, San Pedro Mártir y San Marcos. Observamos el detalle del nimbo dorado que posee la Virgen, como símbolo de divinidad.

La Coronación de María es uno de los temas más desarrollados dentro de la iconografía de Fra Angelico. Pero si en otras representaciones primaba la opulencia del acontecimiento, con enorme utilización del fondo de oro y de motivos decorativos de todo tipo, este fresco de San Marcos se presenta de forma mucho más simplificada, pero con el elemento de la luz como gran componente del episodio divino de la Coronación de la Virgen. María y Jesucristo se sitúan en el ámbito celestial, rodeados de una aureola de color verdoso muy difuminado.

Las figuras, vestidas con túnicas de color blanco, se sitúan sobre un banco y un escabel de nubes, lo que acentúa el carácter sobrenatural donde tiene lugar el acontecimiento. Todo el conjunto queda recorrido por un fuerte sentido evanescente e irreal, configurado por la fuerte luminosidad de la escena. Los colores también ayudan en el carácter vaporoso de la representación, predominando suaves colores blancos y amarillos.

En la parte terrenal, abajo, un grupo de santos se dispone en semicírculo, siguiendo la línea compositiva del suceso de arriba. San Benito, Santo Tomás de Aquino y Santo Domingo, a la izquierda, San Pedro Mártir, San Marcos y San Francisco, a la derecha, contemplan en actitud de reverencia la escena de la Coronación de María.

Observamos la utilización de colores rutilantes y el fondo dorado. Las imágenes se encuentran estilizadas y existe una luz que invade por igual toda la composición, tratándose esta de la luz divina, que a su vez, también presta al cuadro una atmósfera primaveral.

Por otro lado,  vemos la representación de una Luz divina acompañada de las manos de Dios, que simboliza el Espíritu Santo. Representa un marco arquitectónico ficticio en el cual observamos un cielo estrellado color azul, cuyo color simboliza la pureza de María y las estrellas la universalidad de la encarnación de Cristo.

Los ropajes y las reverberaciones de la luz, que les llega por la derecha, confieren corporeidad a las figuras que, materializadas y mucho más vivas de color, los sitúa en el plano terrenal, muy diferente a la caracterización del acontecimiento de la Coronación

Como característica importante, nos encontramos con la línea de rompimiento de gloria, que separa el mundo espiritual del terrenal, en los cuales, en el primero se encuentra en un plano superior y está representado por la Virgen y Jesucristo, mientras que en la representación del mundo terrenal en la parte inferior, se encuentras representados los seis santos.

El nombre de su autor, Beato Angelico, es un título puramente secular, que concedieron los contemporáneos al fraile dominico Giovanni da Fiesole después de morir. Su vida pictórica estaba ungida por la inspiración divina y sus obras son herederas del gótico internacional.

Entra sus obras destaca el retablo de La Anunciación, pintado en 1430 para la iglesia de Santo Domingo de Fiesole. Esta se encuentra en el Museo del Padro, Madrid. Sus dimensiones son de 1430x1432 y se trata de un temple sobre tabla. En ella se representa en un primer plano a la izquierda la concesión Inmaculada de Cristo, y en un plano secundario a la derecha el pecado capital protagonizado por Adán y Eva.

Sepulcro del cardenal Rinaldo Brancacci



Nos encontramos frente a una obra escultórica de arte renacentista, concretamente el sepulcro del cardenal Rinaldo Brancacci, que fue esculpido por Donatello y Michelozzo en mármol, en el periodo de tiempo transcurrido entre los años 1427 y 1428. Se enccuentra en la iglesia de Sant'Angelo a Nilo, Nápoles. Esta es una de las más importantes obras de arte renacentista en Nápoles. Es parcialmente dorada y policromada, con una altura de 11,60 metros, y una profundidad de 4,60 metros.

Es uno de los trabajos realizados por la asociación de los artistas florentinos Michelozzo y Donatello, cuyo taller fue activo desde 1425 hasta finales de los años treinta. La obra fue encargada en vida del cardenal Brancacci. Existe una carta del 5 de junio de 1427 anunciando que el grupo escultórico se encontraba en una cuarta parte de ejecución. Desde el año 1426 los dos artistas habían alquilado especialmente un taller en Pisa, desde donde fue fácil enviar las piezas del monumento por el mar. Al estar la ciudad de Pisa cercana a las canteras de mármol de Carrara, permitió un considerable ahorro en los costes de transporte. La obra terminada fue entregada en su destino en 1428.
El monumento fue colocado inicialmente a lo largo de una pared de la iglesia y ahora es visible a la derecha del altar principal.

Para albergar la tumba se compuso una una especie de palco escénico. Por encima de un zócalo se sostienen dos columnas que sobre sus capiteles se forma un arco decorado en el tradós por dos tondos o medallones y unas dobles pilastras acanaladas. En lo alto se encuentra la cúspide de estilo gotizante, en el centro hay un medallón con la figura del Redentor y querubines en ambos lados en acción de tocar unas trompetas con clara alusión al despertar de los muertos.
La tumba en sí se encuentra en la parte baja de esta construcción arquitectónica, y está apoyada sobre tres cariátides. En el frente del sarcófago se encuentran dos escudos de armas, al lado del relieve en schiacciato de la Asunción de la Virgen, sin duda obra de Donatello. Sobre este sarcófago la imagen yacente del fallecido, que aparece como dormido, y dos ángeles en pie recogiendo las cortinas que cuelgan del arco, acercándolas a los capiteles de las columnas. En el fondo de este piso se encuentra un bajo relieve de la Virgen con Niño entre dos santos.

La obra marcó una evolución en el modelo de una tumba con dosel de desarrollo vertical, como se había realizado en la tumba del antipapa Juan XXIII en el Baptistero de San Juan en Florencia, diseñado por los mismos autores en 1422-1428. El baldaquino tenía una larga tradición en el gótico y estaba muy arraigado en el arte napolitano.

Al igual que con el monumento de Florencia, también en este caso es difícil establecer una frontera entre las contribuciones de Donatello y Michelozzo. Algunos reconocen la mano de Donatello en las cariátides, y sin duda en el relieve de la Asunción. Probablemente también el retrato de Brancacci.

Virgen de la escalera




Nos encontramos ante un relieve en mármol,inspirado en la técnica donatelliana del schiacciato. Esta obra pertenece a Miguel ángel, y su nombre es Virge de la escalera.

La Virgen de la escalera es una escultura en relieve de mármol, datada hacia 1491 y que se guarda en la Casa Buonarroti de Florencia. La obra inacabada tiene unas medidas de 55,5 x 40 cm.

Es una de las primeras esculturas realizadas por Miguel Ángel, cerca de cuando también ejecutó la Batalla de los Centauros. Los detalles de como están realizados los pies de la Virgen, hacen pensar que es realmente una de sus primeras obras, tambien anterior a la de la Batalla. Está trabajada con el mismo estilo virtuoso de Donatello en la Virgen de la Leche, nombrado estilo stiacciato que significa literalmente «relieve comprimido». Vasari la describe: No hace mucho tiempo que Leonardo ( el sobrino de Miguel Ángel) tiene también en su casa, en memoria de su tío, el bajo relieve de una Madonna de mármol, de medida no más grande que un brazo. Miguel Ángel la esculpió cuando era joven y copió el estilo de Donatello con tanto éxito, que parece obra suya, quitando que posee un diseño más gracioso. Leonardo posteriormente regaló esta obra al Duque Cosimo de Médici, quien la considera singular, ya que es la única escultura de bajo relieve dejada por Miguel Ángel.

Miguel Ángel muestra a la virgen en primer término de perfil y de cuerpo entero, lo que le confiere a su imagen cierta monumentalidad, pero -algo inusual- sienta al Niño en su seno dando la espalda al observador y protegido por el abrazo maternal. El brazo derecho, casi de la talla de un adulto por lo musculoso y abultado, cuelga flácido, haciendo pensar que está dormido. Esa actitud parece reforzada por la mirada ensimismada de la madre, como adivinando el trágico destino de su hijo. La mirada de la Virgen se fija en la escena que está a su lado: hay una escalera, algunos angelitos, y uno de ellos, que está agarrado a la barandilla, sostiene junto con otro un paño, justo a la izquierda de la Virgen. La barandilla en realidad tiene forma de cruz y el paño puede ser una profecía de la Síndone.La acción característica la ha desplazado aquí el escultor a los niños que juegan en la escalera, mientras que en la escena protagonizada por sus modelos, ya genérica, se centra en la relación madre-hijo.

Se ha visto en los genios que en el fondo sostienen la sábana, un presentimiento de la muerte de Cristo y una mención a su sudario, mientras que la escalera se ha puesto en relación con algunos textos religiosos difundidos en la época. , el Niño se encuentra de espaldas sentado sobre suyo y mamando. Una escalera puesta en la parte izquierda, se cree, que hace referencia a un libro publicado en 1477: Libro de la escalera del Paraíso, con la metáfora atribuida a San Agustín por la que la Virgen se convierte en escalera para la bajada de Jesus a la tierra y a la vez por la que pueden subir los moratles, al cielo. También se cree que los cinco escalones representan las cinco letras del nombre de María y, siguiendo con los símbolos, la piedra cuadrada donde está sentada podría referirse a San Pedro, la roca sobre la que la iglesia fue fundada.

Miguel Ángel muestra a la virgen en primer término de perfil y de cuerpo entero, lo que le confiere a su imagen cierta monumentalidad, pero -algo inusual- sienta al Niño en su seno dando la espalda al observador y protegido por el abrazo maternal. El brazo derecho, casi de la talla de un adulto por lo musculoso y abultado, cuelga flácido, haciendo pensar que está dormido. Esa actitud parece reforzada por la mirada ensimismada de la madre, como adivinando el trágico destino de su hijo. La acción característica la ha desplazado aquí el escultor a los niños que juegan en la escalera, mientras que en la escena protagonizada por sus modelos, ya genérica, se centra en la relación madre-hijo.

Se ha visto en los genios que en el fondo sostienen la sábana, un presentimiento de la muerte de Cristo y una mención a su sudario, mientras que la escalera se ha puesto en relación con algunos textos religiosos difundidos en la época. 
 
A partir del Trecento, el Niño dormido representa una prefiguración de la muerte. Por tanto, la Virgen de la escalera de Miguel Ángel es una memoria de la pasión de Cristo, un trabajo preparatorio para las cuatro extraordinarias piezas de la Piedad, verdaderas obras maestras de la madurez del escultor.
 
Regalada al Duque Cosimo en 1566, fue devuelta a la familia Buonarroti en 1617, permaneciendo desde entonces en la Casa Buonarroti.

Tondo Doni


Nos encontramos frente a un temple sobre tabla que fue hecho por Miguel ángel en el año 1504, concretamente el Tondo Doni. Se encuentra en Uffizi, Florencia. Sus dimensiones son 120cm de diámetro.

Miguel Ángel trabajó su primera etapa en Florencia, bajo la protección de los Médici, especialmente como escultor. En esta ciudad recibió el encargo de la poderosa e influyente familia Doni para realizar una Sagrada Familia, que el artista inscribió en un círculo (tondo). De ahí el sobrenombre con que se conoce a este cuadro. 

La formación como escultor de Miguel Ángel determinó el aspecto de sus figuras, que parecen de una raza de gigantes y cíclopes. Asimismo, pese a lo temprano de la fecha, la complejísima estructura de la composición anuncia el Manierismo, del que se le considera precursor.

La estructura se basa en una curva helicoidal, que prácticamente no había sido empleada hasta ese momento. La base de la curva es la Virgen, con unas poderosas piernas que recuerdan los mantos y las vestiduras de las sibilas en su obra de 1509-1511 en la Capilla Sictina. María se gira sobre sí misma hacia su derecha para recoger o entregar al Niño a San José.

El Niño se encuentra en ese famoso "equilibrio inestable" que caracteriza las figuras del artista, tanto en pintura como en escultura. San José continúa el movimiento espiral, balanceando el cuerpo esta vez hacia la izquierda, en cuclillas, sin apoyarse de manera segura en ninguna parte, una pierna abierta para prestar apoyo al Niño y otra para sostenerse a sí mismo.

El efecto es de movimiento, inestabilidad, de grupo apilado que puede derrumbarse en cualquier momento y sólo se sostiene merced a la increíble fuerza que emana de todos ellos. Como decimos, esta composición era inusual en la época; sin embargo, el rasgo más controvertido del Tondo Doni es el friso de desnudos que hay en el fondo.

Se han interpretado como una alusión a la Edad Dorada del hombre, ese estado paradisíaco que los filósofos griegos creían anterior a la civilización. En la Edad Dorada, como en el Edén cristiano, el hombre estaba en contacto directo y en gracia con la Naturaleza y no requería vestidos, ni herramientas, ni armas.

Dada la influencia del neoplatonismo en los círculos intelectuales florentinos, es probable que Miguel Ángel esté cerrando el círculo que se inició con el paraíso de la filosofía griega (pagana) y que finaliza con la llegada de Dios al mundo, que devuelve la perfección perdida.

La pintura consta de tres escenas principales dispuestas en sucesivos planos con un fondo final de interesante análisis. A simple vista, el formato de la pintura -de 120 cm- refleja la imagen de una Virgen María (manto azul), de modelado y factura clasicista -no en el sentido de la tradición cuatrocentista sino en el aspecto formal de las figuras clásicas de la Grecia y Roma antiguas-. intentando recoger o entregar desde su espalda al niño que un hombre de edad madura le acerca o sostiene: una postura anatómicamente complicada la de la mujer que, por cierto, está intensamente iluminada, y cuyo haz se distorsiona según la disposición de las figuras, que adquieren cierto rango teatral por las complejas matizaciones de luz y sombra en rostros, brazos y drapeados, de caprichosa disposición, aunque acentúan el sentido de la profundidad, en esa primera escena en la que la figura de la Virgen, en su ubicación de dos dimensiones, genera un triángulo isósceles imaginario. Está sentada sobre un pequeño soporte que le obliga a tener las piernas semi cruzadas, según se adivina por la estupenda realización de pliegues y adhesión de paños en una técnica tan depurada que, pese a lo plano de la figura, genera una plena sensación de relieve; sobre todo, en la disposición de su pierna derecha, que parece salir estereométricamente del plano principal. 


De menor relevancia es la figura del niño que, pese a su entronización, en manos de madre y padre, resulta en un segundo plano en esta primera escena del cuadro, en actitud seria e “inestablemente” situado al igual que el conjunto total. Ni que decir tiene que el tercer término en importancia, por la luminosidad de la escena, recae en el hombre, que apenas goza de la luz que sí infiere en las carnaciones de madre e hijo.





Las posturas de los tres personajes principales están condicionadas por la redondez de la tabla, pintada en témpera y óleo introduciendo una técnica nueva llamada “Cangiante” que nace de la aplicación de colores puros desde su tonalidad más oscura en el lineado del dibujo hasta llegar a las zonas de luz en donde el color enardece de viveza con los blancos. En un segundo plano de esta pintura encontramos a un niño semi vestido que dirige su mirada al niño de la escena principal: parece estar separado de ella por una especie de estanque con agua, intermediario entre las cuatro escenas divisadas en este “tondo”, que confieren en conjunto una imagen de cruz latina si atendemos a la disposición de la totalidad de las figuras. Es decir, el brazo transversal de esa cruz latina lo forman unos “ignudi” en distintas posiciones, sentados, apoyados y de pie, en una construcción semicircular en forma de paramento bajo, sin carácter ruinoso, que cierra la escena en su totalidad dando ese aspecto bidimensional de cruz latina junto a la disposición longitudinal de la figura del primer plano, la Virgen, y sobre su cabeza la de San José, que sostiene al niño. 






Hemos hablado de una cuarta escena que la conformaría el paisaje, cuyo máximo interés reside en el difuminado de los contornos y la sensación recreada de profundidad por la percepción del azulado que preside las montañas y montículos que pueden verse en muy lejana disposición.


Por contraste, también debemos hablar del trabajo de relieve que confieren los ropajes a las figuras de la primera escena y la apariencia clasicista que acompaña a los desnudos del fondo. La luminosidad especial que reverbera en las ropas de la madre, y en partes muy aisladas del padre , dan a la pintura una animación extraordinaria, ayudada por el movimiento constante que la posición “serpentinata” de la Virgen genera. La tensión de los músculos, de los brazos de la mujer, intentando sostener a su hijo en una postura casi imposible, le confiere un poder extraordinario en su cuerpo y contrasta con el relax de su rostro en esta maniobra. Por otra parte, ofrece una imagen masculina por el dibujo y tensión muscular, poco habitual en el género femenino. En referencia a los cánones que reflejan las medidas de las diferentes figuras se debe hablar de dos cánones: el canon de Policleto de siete cabezas , aplicado a las figuras ornamentales de la tercera escena, y un canon de ocho cabezas aplicado a las dos figuras del plano principal, en concreto es visible en la Virgen María (aunque algunas publicaciones dicen al respecto que Miguel Ángel adoptó el canon de Leócrates, no es el caso en esta composición, muy ajustada en general a los parámetros científicos de la óptica renacentista, alejándose incluso de la llamada “isocefalia” aplicada antaño a los niños representados en escultura y pintura).


La virgen de las Rocas

 


Nos encontramos frente a una pintura de óleo sobre lienzo, concretamente La Virgen de las Rocas, que fue pintado por Leonardo da Vinci entre 1483 y 1486. Esta obra se encuentra en el museo del Louvre, París.

La Virgen de las Rocas es el nombre usado generalmente para denominar dos cuadros de Leonardo da Vinci pintados con idéntica composición pictórica. Se trata de óleo sobre madera, con unas dimensiones aproximadas de 199 por 122 cm; la considerada primera versión del Louvre fue transferida posterioremente a lienzo desde el panel original de madera, pero la de Londrés (1487) aún permanece sobre la tabla.

El 25 de abril de 1483, con los hermanos pintores Evangelista y Giovanni Ambroglio de Predis, por un lado, y Bartolomeo Scorione, prior de la Confraternidad milanesa de la Inmaculada Concepción, por otra, se estipuló el contrato para un retablo a colocar sobre el altar de la capilla de la Confraternidad en la iglesia de San Francesco Grande. Esta capilla había sido fundada en el siglo XIV por Beatriz de Este, esposa de Galeazzo I Visconti, y quedó destruida en 1576. En este documento de 1483 tenemos la primera evidencia documental relativa a La Virgen de las Rocas. Al querera celebrar el día de la Inmaculada Concepción, el contrato estipulaba la realización de tres pinturas, que debían estar acabadas el 8 de diciembre por un precio de 800 liras que se pagarían a plazos hasta febrero de 1485: Ambrogio se encargaba de los dos paneles laterales, con dos ángeles músicos, Evangelista era el encargado de retocar, rellenar y realizar los marcos, y "el florentino", Leonardo, tenía que hacer el panel central, con la Virgen, el ángel y los niños.

Resultado de este trabajo fue la primera de las versiones mencionadas, que se exhibe en el Museo del Louvre de París, Francia, con el título de La Vierge aux rochers. Se considera de forma generalizada que es la versión original, datada sobre 1483-1486. Se estima así porque está estilísticamente más cerca a otras obras de Leonardo de los años 1480. Las autoridades francesas consideran que la obra es auténtica y realizada por Leonardo en su integridadad, gracias sobre todo al uso del claroscuro, o contraste entre lo oscuro y lo claro, característico de muchas obras de Leonardo

La obra debía estar acabada al menos en 1490, más la crítica la considera generalmente acabada en 1486. A la entrega del retablo comenzaron los problemas. Se ha especulado mucho sobre cuales fueron las causas del pleito entre Leonardo da Vinci y la Cofradía Franciscana. Algunos sostienen que los clientes quedaron descontentos ya que el maestro toscano no había seguido al pie de la letra las instrucciones para la ejecución del cuadro. Pero parece ser que lo que en realidad sucedió es que Leonardo da Vinci no recibió el pago acordado. Hubo procesos legales que concluyeron en que el artista debía terminar el trabajo o alguien en su lugar debía hacerlo por él. Por esta causa, se conservan peticiones de pago posteriores, prolongándose casi diez años el cumplimiento del contrato. En una petición a Ludovico el Moro, datada en 1493, Leonardo y Ambroglio De Predis (Evangelista había muerto a finales de 1490 o a comienzos de 1491) querían un pago de 1.200 liras, rechazado por los frailes. El pleito se desarrolló hasta el 27 de abril de 1506, cuando los peritos establecieron que la tabla estaba inacabada, fijaron dos años para que terminasen la obra, concedieron el precio de 200 liras; el 23 de octubre de 1508 Ambroglio cobró el último plazo y Leonardo ratificó el pago. Ese año la obra completa fue finalmente instalada.

Existe la teoría de que a lo largo de esta larga disputa financiera con la Hermandad, Leonardo vendió este trabajo original por 400 liras a un cliente privado, quizá, al rey de Francia Luis XII. También está generalizada la hipótesis de que la tabla fue un regalo de Ludovico el Moro a Maximiliano I de Habsburgo cuando se casó con Blanca María Sforza, por lo que este cuadro habría estado en Innsbruck antes de pasar a Francia como nuevo regalo de bodas, esta vez de Leonor de Austria, hija de Felipe el Hermoso y Juana la Loca y, por lo tanto, nieta de Maximiliano, que casó con Francisco I.

Al no aceptar la Cofradía esta primera obra, Leonardo pudo pintar la segunda versión, de la National Gallery. En general se acepta que esta versión de la Virgen de las rocas es posterior a la del Louvre, posiblemente de 1505-08. La de Londres apunta a un estilo más maduro, pero se cree que posiblemente la pintó con la ayuda de otros artistas, quizá los hermanos Predis u otros pintores. La autenticidad de la versión de Londres en su integridad ha sido cuestionada por la geóloga Ann C. Pizzorusso, quien señala sus errores geológicos, a diferencia de la versión del Louvre, implicando que es improbable que provenga de la mano de Leonardo. Esta segunda versión sería la que se instaló en San Francesco Grande con las alas realizadas por los hermanos Predis. Allí estuvo hasta la disolución de la Confraternidad en 1781. Fue adquirida en 1785 por el pintor Gavin Hamilton por 112 cequíes de Roma. Fue robada de Florencia durante las guerras napoleónicas y recuperada, unos 50 años después, en una pequeña ciudad de Austria. Desde entonces, fue adquirida por un comerciante francés antes de ser vendida a la National Gallery de Londres en 1880 y donde se conserva hoy junto con las dos tablas de De Predis. En junio de 2005, la imagen infrarroja, al parecer reveló la existencia de un cuadro previo debajo del actual. Se cree que representa una mujer arrodillada posiblemente sosteniendo a un niño con una mano. Algunos investigadores creen que la intención original del artista era pintar una Adoración del Niño Jesús.

Las continuas comparaciones y exámenes de las dos obras han servido excelentemente para la historia de ambas, y para establecer criterios en las restauraciones que se han realizado, pero hoy no es posible establecer dudas sobre la autoría innegable de Leonardo en las dos, pese a que la tabla de Londres presente además distintas manos.

A pesar de su gran tamaño (dos metros de alto por uno veinte de ancho), lo cierto es que no se trata de una composición tan compleja como La adoración de los Magos, ordenada por los monjes de San Donato, pues hay sólo cuatro figuras en lugar de 50, y un paisaje rocoso en vez de detalles arquitectónicos. La tabla nos muestra la escena como si de un arco de medio punto se tratara, inserta en una naturaleza en la que las rocas crean una perfecta arquitectura natural que adorna con las plantas que en ella surgen y recibe vida a través del agua, que es también foco de luz.

Leonardo eligió pintar un momento apócrifo de la infancia de Cristo, cuando Juan el Bautista niño (San Juanito), huérfano, refugiado dentro de una gruta y protegido por un ángel, encuentra a la Sagrada Familia en su huida a Egipto. De acuerdo con la interpretación tradicional de las pinturas, representan a la Virgen María en el centro, empujando a Juan hacia Jesús, que está sentado con el ángel Uriel. Jesús está bendiciendo a Juan, que extiende su mano en un gesto de oración. En este cuadro, tal como lo pinta Leonardo, Juan reconoce y venera al Niño como Cristo y Mesías.

La composición es una perfecta muestra del equilibrio clasicista que acabará imponiéndose en el siglo XVI, sobre todo con las obras de Rafael, admirador de Leonardo. Leonardo plantea una composición piramidal y centrada, ordenada mediante la disposición de las figuras y por las actitudes de las mismas, que confluyen en la visión del Niño como punto central. El vértice superior sería la cabeza de la Virgen, que está ladeada y oculta sus formas corporales bajo amplios ropajes y que, en un perfecto escorzo extiende su mano sobre la cabeza de su Divino Hijo; está arrodillada y protege dulcemente a San Juan niño con su mano derecha, mientras que con la izquierda ampara y muestra respeto a su hijo; San Juan, también arrodillado, se muestra en actitud de adoración extendiendo sus manos hacia el niño Jesús; tras él se sitúa un bellísimo ángel, que mira de frente hacia el exterior de la composición, y señala a San Juan. El Niño, en medio de la pirámide compositiva, se ve realzado por su actitud bendiciente y su iluminación. La posición de las manos de los personajes y sus actitudes marcan un ritmo apacible y van definiendo un círculo, establecido por las propias cabezas de los personajes, que complementa la centralidad establecida mediante la pirámide compositiva. En la versión del Louvre, Uriel apunta a Juan y, con una leve sonrisa, mira ligeramente hacia el espectador. Este gesto falta en la versión londinense, en la que el ángel mira al niño y no hace ninguna señal con el dedo. Otra diferencia entre la versión de Londres y la de París es que en la de la National Gallery aparecen atributos que faltan en la del Louvre, como los halos y la tradicional vara cruciforme de Juan. Esto clarifica la identificación de los niños Jesús y Juan, y fueron añadidos por otro artista, posiblemente después de la muerte de Leonardo. Como buen hombre del Renacimiento, la pureza de los Niños queda manifiesta por su desnudez, y por la luz emanada de sus cuerpos. Es característico de Leonardo el uso de un doble foco de luz, uno principal, que vendría de fuera, y otro secundario, en el interior, que recorta las figuras sobre el fondo.

En el cuadro predominan la línea que contornea las figuras y los colores más utilizados son el marrón, el negro, el azul y el color carne. Contrasta el uso de colores fríos (azul, verde) y cálidos (naranja, marrones) que dan vitalidad a las personas y acercan los objetos. Hay contrastes de luz y sombra que provocan el efecto de que el sol ilumina la imagen. Los personajes, que son lo principal, los hace resaltar más para conseguir profundidad en la superficie plana. Aqui se puede apreciar su teoría de la perspectiva aérea, según la cual la profundidad en los cuadros se consigue usando tonalidades de azul y que sean cada vez menos detallados conforme se alejan del primer plano, creando así una ilusión óptica. Utiliza la técnica del claroscuro en la que la luz es creadora de sombras y mediante la perspectiva aérea disecciona el espacio en tres puntos, dos en los lados del horizonte y otro hacia abajo.

La composición racional y equilibrada, los focos lumínicos y sus penumbras, así como el propio empleo del color, con tonos bajos ocupando superficies extensas, y tonos altos empleados en espacios más reducidos e intensos, modelan el espacio, estableciendo planos que se van alejando, desde un primer plano muy próximo al espectador hasta un fondo que se desvanece en la lejanía, intensificado por la utilización de colores fríos, frente a la gama de los primeros planos.

La Virgen está sentada en el suelo de una
spelunca o refugio rocoso de alta montaña. El paisaje que se divisa entre las rocas es alpino, sin parecido a la Toscana ni a las más famosas cumbres de los Apeninos. Es un ambiente absolutamente innovador, en el que las figuras se agrupan formando una pirámide, envueltos por un paisaje salvaje de rocas que caen y aguas que se arremolinan. Tanto las flores como las plantas acuáticas están representadas con gran precisión, si bien las especies representadas son distintas en uno y otro cuadro.

Las figuras están llenas de un profundo simbolismo logrado por la técnica del esfumato, entendido éste como la capacidad simultánea óptica y pictórica de anteponer entre el que mira y las formas, el velo inmaterial aunque perceptible de la atmósfera. Para Leonardo la luz no se concibe como una gradación paulatina de colores en tonos distintos, sino como una lenta fusión del negro y del blanco, dando lugar a su característico claroscuro. Así el esfumato, logra crear una superficie suavemente aterciopelada, que funde figura y ambiente y, que además rodea el cuadro con un halo de misterio, aparte de fundir así figura y paisaje, sin transiciones bruscas de luz, con lo que las sombras se funden gradualmente y desaparecen los perfiles.

Mediante la técnica del sfumato y la misteriosa utilización de la luz, que se centra en dos focos, uno que ilumina la visión sagrada, en primer término, y otro de luz natural que se filtra desde el fondo, a través de la rocas, se consigue una comunión entre la naturaleza y el misterio de la Inmaculada Concepción que se representa, produciendo desconcierto, incluso desde el punto de vista religioso y católico.
Las figuras de Leonardo oscilan entre lo femenino y lo masculino, entre lo divino y lo terrenal. Su realismo idealizado llega a una minuciosidad que nos recuerda a Van Eyck en el tratamiento de las telas y, en especial, en las plantas.

La escena es familiar, los personajes hablan entre sí y se dirigen unos a otros con sus manos; al tiempo es cortesana, las ricas ropas de la Virgen y el ángel los presentan como personajes nobles, por tanto responde a la tendencia de idealizar la composición religiosa, pero la mano de Leonardo la hace, ante todo, misterio.

Las figuras de la segunda versión (la londinense) son más grandes, y los drapeados más sencillos; ésta, pese a las colaboraciones en la ejecución, fue concebida por Leonardo, y no como una copia de la primera, sino como una variante de la misma, expresamente querida y meditada por el autor. Las figuras levemente mayores, simplificadas en los paños, dan una impresión de mayor monumentalidad, mientras que el fondo se orquesta con una menor minuciosidad en los detalles. Igualmente, se establecen diferencias en la actitud y tratamiento de las figuras. Enigmáticas y magistrales, con una mayor riqueza de matices, en la de París; más simplificadas en la versión de Londres, más recortadas y sólidas. Pero todo ello fue querido por Leonardo que, a una composición idéntica, dio una orquestación diferente. Las sombras más oscuras, el tratamiento del color y los detalles, no son siempre el resultado de una mano inexperta, como en muchos casos se ha explicado, sino el complemento de un ambiente, más luminoso en la obra de París que en la de Londres.

Si en la Adoración de los Magos Leonardo nos muestra su manera de entender las relaciones entre dos maneras distintas de pensamiento, en La Virgen de las Rocas nos indica la resolución del problema de las contradicciones entre naturaleza y religión, historia natural e historia religiosa.

Leonardo concibe la naturaleza como algo misterioso y en perpetuo movimiento; cuando se refiere a ella en sus escritos, de lo que habla es de tempestades, diluvios... Sobre esta visión de la naturaleza inserta Leonardo la figura humana, como lo hace en esta obra, concebida -en su arquitectónica disposición- como un símbolo de la Salvación que, a través de la Virgen mediadora, realiza Cristo. "
Las figuras se encuentran en el umbral de una gruta, casi una cripta natural, que recibe la luz desde arriba y desde las aberturas del fondo. En contra de lo habitual, las figuras aparecen dispuestas en cruz, al encuentro de cuatro directrices del espacio: Jesús se inclina, en primer plano, hacia el espacio exterior, mientras que el Bautista y el ángel sugieren la expansión lateral del espacio y la Virgen, que domina el grupo, parece cumplir el papel de una "cúpula" desde la que desciende la luz." (Argan, G.C., ob., cit., pág. 401). El contraste entre el jardín del primer término, dibujado como lugar de delicias, y la indefinición del fondo de la gruta y del paisaje rocoso y marino, pintado como naturaleza en destrucción y movimiento continuo, se suaviza con las figuras religiosas que simbolizan la transición entre una naturaleza sin dominar y la certidumbre del paraíso. Hay un interés por el movimiento, naturaleza agitada, que vibra...

La versión del Museo del Louvre posee un indescriptible equilibrio existente en la penetración óptica del fenómeno natural, desde la luz hasta las rocas y los vegetales, un definitivo clasicismo volumétrico de la estructura piramidal (determinada por la Virgen, san Juan y el ángel, y entre los cuales se coloca el espacio luminístico y mímico del niño, que se ha hecho expresivamente fundamental gracias al gesto de bendición), y el profundo simbolismo "mistérico" de la visión desmaterializada por el
sfumato, entendido como la capacidad simultáneamente óptica y pictórica de interponer entre el espectador y las formas del cuadro el velo inmaterial, aunque perceptible, de la atmósfera.

Precisamente a través del
sfumato y de la estudiada relación entre la misteriosa luz de la visión sagrada del primer término y la luz natural que se filtra desde el fondo a través de las rocas, llega a realizarse esta especie de sagrado misterio de la naturaleza. aconseja la imitación de los clásicos), y el misterio inescrutable de lo real se convierte en un secreto que la investigación humana puede llegar a descubrir. Las paredes y las bóvedas de la cueva se abren, y por las hendiduras penetra la luz: ha terminado la era de la vida subterránea y comienza la era de la experiencia.


San Pietro in Montorio (1502)




Nos encontramos frente a una obra arquitectónica de arte renacentista, concretamente ante el templete de San Pietro in Montorio, Roma. Es una obra de Donato Bramante. Su material de construcción es el granito.

San Pietro in Montorio (en castellano «San Pedro en el monte de oro») es un convento de franciscanos españoles en Roma. Actualmente la iglesia sigue abierta al culto y en los antiguos claustros está instalada la Academia de España en Roma. En el primer patio se levanta el famoso tempietto de Bramante. El monasterio sufrió importantes daños en 1849, cuando las tropas francesas atacaron la ciudad para suprimir la Segunda República Romana. Aquí estuvo el último cuartel general de los romanos, se instaló un hospital de sangre y quedó en primera línea de fuego.

Roma, hacia el año 67 d.C. Pedro, uno de los discipulos de Jesús, ha estado en la ciudad imperial tratando de difundir los mensajes de su maestro. Pero corren malos tiempos para la recién creada secta judía de los cristianos: el emperador Nerón los acusa, entre otras cosas, del incendio de la ciudad y desata una persecución contra ellos. Así que Pedro decide abandonar Roma y ponerse a salvo pero, en las afueras de la urbe, tiene un encuentro milagroso con Jesús y decide volver sobre sus pasos.

Las consecuencias de este hecho son bien conocidas: poco tiempo después, el apóstol es detenido y, finalmente, crucificado cabeza abajo. Pasa a ser ahora San Pedro y a tener la consideración de primer Papa de Roma, de acuerdo con la frase de Jesús: "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia".


































Seguimos en Roma, pero han pasado casi 1450 años. Los Reyes Católicos, que han reconquistado a los nazaríes la ciudad de Granada, deciden levantar en la ciudad un templete a la memoria de San Pedro, justo en el lugar donde, según la tradición, fue ejecutado. Donato Bramante (1444-1514) es el encargado de planificar la construcción: un templo circular, de planta centrada, levantado sobre un podio y cubierto por una cúpula semiesférica. En el exterior, una columnata de orden toscano sostiene un entablamento dórico que soporta, a su vez, una balaustrada. En los muros exteriores dispone coloca hornacinas aveneradas, que alternan con vanos adintelados.

 

Al templo se accede por cuatro puertas, como si nos encontrásemos en una ciudad romana y el interior dispone de un altar mayor a cuyo pie, en una cripta, se encuentra el hueco en el que, según la tradición, fue clavada la cruz del apóstol. Toda la construcción, inaugurada en 1502, es de granito y con ella arranca la arquitectura italiana del Cinquecento que, en este caso, se caracteriza por la ausencia de toda decoración innecesaria.

Un año después, Bramante es nombrado arquitecto del Vaticano y elabora los primeros planos de la nueva basílica de San Pedro. Pero la construcción avanzó, en sus primeros pasos, a ritmo lento y fueron otros autores los que, introduciendo numerosas modificaciones, culminaron la obra que el primer autor cinquecentista había diseñado.

Este Templete fue encargada por Bernardino de Carvajal a Bramamte. Se realizó con el fin de recordar el punto exacto donde se enclavó la cruz del Príncipe de los Apóstoles.
El arquitecto proyecta una rotonda de 16 columnas dóricas, que desde su inauguración en 1502, se convertirá en canon de belleza arquitectónica y en símbolo del estilo clásico.

La Primavera (1482)



Nos encontramos frente a un temple sobre tabla de arte renacentista, concretamente, el nombre de esta obra es La Primavera. Se encuentra de Uffizi, Florencia, con unas dimensiones de 203 x 314 cm.

Esta obra, datada entre 1477 y 1478, pertenece a Sandro Botticelli (1444-1510), un pintor cuya concepción de la pintura es más poética que científica o matemática. Este célebre pintor opta por la representación de figuras humanas dejando a un lado la perspectiva. Su pintura se vio implicada en un cambio que impuso en su mentalidad las predicaciones del fraile Savonarola, el cuál critica el paganismo, llegando a organizar una quema pública de cuadros donde también se eliminaron algunos de Botticelli. Este es un pintor magnífico de Vírgenes, aunque también se aficionó a la pintura mitológica. Otras obras suyas son La caluminia, El Nacimiento de Venus y el Descendimiento.

La Primavera de Botticelli pertenece al Renacimiento. El Renacimiento significa un nuevo despertar del Humanismo. El hombre se siente centro del universo (antropocentrismo), y esto tendrá una evidente plasmación en el arte, tanto en la arquitectura como en la escultura y la pintura, donde el naturalismo y el realismo se irán imponiendo con más fuerza. La belleza de las formas sustituye al expresivismo del arte medieval. Se produce un retorno a las formas artísticas propias del clasicismo.

La figura clave de este período es el humanista, el hombre universal. Nace ahora la crítica del arte. Ello da lugar al surgimiento de tratados sobre arquitectura, escultura y pintura. El artista empieza a cobrar conciencia de su papel en la sociedad. Es respetado por todos, se hablará de "genios". El mecenas es el protector de los artistas. Un buen ejemplo es la familia de los Médici.

La pintura fue encargada, probablemente en ocasión de su boda, por Lorenzo de Pierfrancesco de Medici (1463-1503), un personaje importante de una rama secundaria de la familia Médicis, hegemónica en la ciudad de Florencia desde la época de su abuelo Piero. Lorenzo de Pierfrancesco, tenido por un político populista (‘popolano’), tuvo en los años 1490 una destacada participación en la vida política de Florencia, enfrentado a la rama principal dirigida por su tío Lorenzo el Magnífico y, a la muerte de éste en 1492, por su primo Piero. Probablemente estuvo colgada en su dormitorio de la villa campestre de Castello, en las cercanías de Florencia, y todavía poseía la obra en 1499, según un inventario, y años más tarde, a su muerte en 1503, pasó a Giovanni delle Bande Nere (1498-1526) y luego a la rama principal de la familia, como consta en una nota de Vasari de 1551. Esto enmarca La primavera en el contexto del refinado gusto artístico de una familia burguesa devenida aristocrática gracias a su enriquecimiento en el siglo XV con el comercio, la banca y el poder político, y famosa por su activo mecenazgo de los artistas e intelectuales del Renacimiento.

La obra es de tema mitológico, un género que apareció en la pintura clásica en Grecia y Roma, se recupera en el Quattrocento y perdura hasta el siglo XVIII como uno de los más importantes, al permitir alegorías que se inspiran en grandes temas del mundo clásico y darles una interpretación moralizante que encaje en la filosofía neoplatónica y en la religión cristiana.

De acuerdo a los textos coetáneos del neoplatónico Poliziano y del poeta humanista Bartolomeo Scala (De los árboles), el cuadro es una alegoría del amor divino y de la misma ciudad de Florencia, representada por este jardín florido. El neoplatonismo entiende el Arte como un medio de conocimiento de la Virtud y la Naturaleza, y por ello de elevación amorosa hacia Dios. Ya Dante había entendido la Naturaleza como una vía de acceso al Amor entendido como energía mental y mística, una vía de sublimación que no necesita de objetos físicos para su perfección.El cuadro está inspirado en distintas versiones de una famosa historia de la mitología antigua, que aparece en latín en De Rerum Natura del poeta y filósofo Lucrecio, y más tarde en las Odas de Horacio y, sobre todo, en el calendario festivo de los Fastos del poeta clásico Ovidio, mil quinientos años anterior, que narra que en la fiesta romana de Floralia, dedicada a la ninfa Flora en mayo, se celebran los amores del dios alado del viento Céfiro por la ninfa Cloris, a la que toma como esposa por la fuerza, pero luego, arrepentido de su violencia, él mismo la transforma en Flora, la diosa que exhala flores, y como regalo le da un hermoso jardín en el cual reinaría eternamente la primavera.

El tema reaparece, con cambios, en las Metamorfosis del mismo Ovidio. Este tema repetido de la poesía latina es transformado en la pintura en un diálogo entre la belleza trascendente y el alma convertida en amor, en tres fases dialécticas: la ‘progresión’ representada por la persecución inicial de Cloris por Céfiro (estimulado tal vez por las flechas del ciego Cupido) y la transformación final de ella en Flora; la ‘restitución’ marcada por la intervención de los otros dos dioses, Venus con su gesto de mostrar el juicio divino, y Mercurio, que ilumina la escena; y la ‘conversión’ representada por la danza de las Tres Gracias que bailan en un círculo que simboliza la iluminación divina, facilitada por Venus y Mercurio. De este modo, con la ayuda de los otros dioses, Céfiro asume el error de que su deseo inicial era solo terrenal y que debe transformar su atracción en amor espiritual. En este proceso, los dioses Céfiro y Mercurio están contrapuestos no solo espacialmente sino también en su color (más tenebroso, más ‘animal’ el primero), mientras que Venus, como gran divinidad tutelar de la educación humanista, actúa como punto de síntesis, por un lado (Céfiro) del amor sensual y la búsqueda de la belleza material, y por otro lado (Mercurio) del amor casto y el ansia de la belleza espiritual.

Marsilio Ficino (1433-1499), el principal filósofo neoplatónico, contemporáneo de Botticelli y de otros humanistas del círculo como Cristoforo Landino (1494-1498) y Pico della Mirandola (1463-1494), considera que Venus representa el Amor universal, el Amor platónico, que es motor físico o terrenal de la vida pero que también puede sublimarse en formas puramente intelectuales: el Amor divino es un punto álgido de perfección humana, de una pureza más allá de los sentimientos o los deseos, un fruto ético del esfuerzo intelectual y la autodisciplina. Venus dirige a sus servidoras, las Tres Gracias (Castitas, Voluptas y Pulcritudo simbolizan tres virtudes diferentes de la diosa), pues ella es la encarnación de la Virtud, el símbolo de la Humanitas, esto es la síntesis de las virtudes humanas que aspiran a lo divino.

La teoría neoplatónica busca la conciliación entre el mundo pagano racionalista y el mundo cristiano místico, y en esta pintura Venus-Humanitas (su mano insinúa el gesto de enseñar cómo puede convertirse el amor pasional, físico e irracional, de Céfiro en la Tierra, en un amor contemplativo en el Cielo) y el Amor (el arco de Cupido que lanza sus flechas al azar pero que a la postre ha de seguir los dictados de la diosa y envía su último dardo a Castitas, que entonces mira a Mercurio que a su vez mira al Cielo, cerrando el ciclo de perfeccionamiento), situados en el centro como punto ideal de equilibrio, simbolizan la armonía entre la naturaleza (la aportación del paganismo) y el espíritu (el aporte del cristianismo). La diosa pagana cristianizada y su gran don, el Amor divino, trascienden así los conceptos de amor sentimental y placer físico o sensual: el amor auténtico ha de superar su nivel físico y llegar a lo espiritual.

En cuanto a la descripción de la imagen, podemos decir que nos encontramos frente a un bosque de naranjos y laureles, sobre una verde alfombra de césped y flores, centrando la composición, aparece la diosa del amor: Venus. 


 
Los naranjos forman un arco apuntado que subraya la centralidad formal y temática de la diosa.

Venus se ha apartado hacia el fondo del bosque, la posición de su figura y de sus gestos así parece indicarlo, para dejar paso a una bella joven, vestida con un floreado vestido, coronada de flores y esparciéndolas por el césped. Su bello rostro nosmira sonriente, mientras que a su lado otra joven de sus mismos rasgos y rubios cabellos, por cuya boca salen también flores, las mismas que caen sobre la joven descrita, vestida con una transparente túnica, está siendo raptada por unjoven a lado que, con el ceño fruncido, sopla sobre ella.



 
En el lado izquierdo de la composición, tres jóvenes bellezas rubias enlazan sus manos en una elegante danza. La que nos da la espalda mira a un joven cuya mirada se dirige hacia el cielo. Va ostentosamente armado con una espada y con una vara en la que se enroscan dos serpientes, y con un brazo aparta unas negras nubes que pretenden entrar en este delicioso bosque.




Por último, un niño a lado sobrevuela, con los ojos tapados y armado con arco y flecha, la figura central. 


 
En la obra podemos trazar una especie de triángulo que termina Cupido, bajando hacia Mercurio y Céfiro, uniéndose entre las demás figuras. Las tres Gracias pueden representar un único personaje. Y el centro de la obra sin duda es Venus.
Los rostros de los personajes reflejan serenidad y paz sin llegar a ser tristes ni melancólicos aunque en la mayoría de las obras de Botticelli se reflejan estos sentimientos y al final de su vida acentuará más el dramatismo.

La técnica usada para la realización de La Primavera es el temple (mezcla de los pigmentos mediante huevos) sobre tabla. En ella se representan a varias figuras mitológicas. Venus junto a las tres Gracias, que bailan a la derecha de Mercurio. En el lado izquierdo está Flora junto a la ninfa Cloris que es perseguida por Céfiro y en la parte superior nos encontramos con Cupido.

Esta obra destaca tanto por su gran realismo que encontramos en la figuras y en el estudio tan detallado de la anatomía, como por su naturalismo; y también es un claro ejemplo de retrato. Estos retratos se representan: la Gracia de la derecha es Caterina Sforza, la Gracia del medio podría ser Semiramide Appiani, mujer de Lorenzo il Popolano que está representado en el Mercurio; esta Gracia mira fijamente a su marido (Mercurio). Y la Gracia de la derecha podría ser Simonetta Vespucci, que fue un prototipo de belleza para Botticelli. La sensación de movimiento de la obra viene acentuada por los sutiles movimientos de las Gracias mediante su danza y también por Cloris y Céfiro, es decir, podemos considerar que es una obra dinámica en gran parte.

En cuanto a la profundidad lo podemos apreciar tanto en el lugar donde está colocada la Venus y por el paisaje repleto de naranjos. Pero da la sensación de haber una tercera dimensión. El escenario en este caso es un paisaje de naranjos aunque también podían ser en esta época otros escenarios como los arquitectónicos.
En esta obra predomina la luz sobre todo sobre los cuerpos de los personajes y en los claros del bosque. También las flores del suelo tienden a crear un contraste en el color oscuro del bosque y el de las flores. Los colores usados son tanto fríos como cálidos: fríos en el bosque y el cuerpo de Céfiro y cálidos en los ropajes de Mercurio y Venus. Pero los colores destacan sobre las líneas que todavía, de forma deliciosa, delimitan el dibujo.