En la imagen observamos a Cristo tumbado, siendo este una obra de bulto redondo, con excelentes gestos en su cara que representa el sufrimiento que llevo a cabo. Se le representa con la boca y los ojos abiertos a medias. El perfecto ondulado del cabello y de la barba, que dotan a la escultura de una mayor naturalidad. Es sorprendente también en esta obra la delicadeza con la que es tratada a la hora de representar sus heridas. La más llamativa es su herida del costado, la cual aun se encuentra abierta y sangrando, mientras que esta sangre desciende por todo su tronco.
La sangre también puede contemplarse en su rostro, tras las heridas que le han provocado la corona de espina. Así, podemos observar que por su frente desciende multitud de sangre, llegando esta incluso hasta la nariz. Del interior de la boca también procede gran cantidad de sangre.
La obra no carece de detalle, puesto que en sus manos y pies podemos observar las heridas causadas por los clavos que le atravesaron este parte de su cuerpo al ser crucificado en la cruz. Estas heridas son representadas también con grandes cantidades de sangre, enriqueciendo aun más de naturalismo la obra.
La imagen de Cristo Yacente posee su pierna derecha un poco levantada y apoyada en la izquierda, movimiento que se puede interpretar como símbolo de dolor.
La perfecta y excelente representación de todas las partes del cuerpo de Cristo dejan a la persona que lo observa impactada, puesto que es tallada con la más posible precisión los huesos, tendones, costillas, etc.
La obra es representada también con el paño de pureza, que es tallado con grandes movimientos y relieves, representando perfectamente las arrugas y los dobles de esta.
La obra es creada por Gregorio Fernández, en madera policromada. Mide 155 cm y se encuentra actualmente en el convento de los Capuchinos, El Pardo, Madrid.
Se creó en 1614 siendo regalado por el monarca con el propósito de que los religiosos se convirtieran en directores espirituales del Real Sitio. Su belleza puso en circulación otra leyenda, según la cual Fernández habría exclamado: "El cuerpo lo he hecho yo, pero la cabeza sólo la ha podido hacer Dios".
Las obras de nuestro autor, son de talla completa y bulto redondo, están teñidas de patetismo, caracterizándose en su etapa de esplendor por el modelado blando del desnudo y la rigidez metálica de los ropajes. Son telas pesadas, que se quiebran en pliegues geométricos. Paños artificiosos, que contrarresta con los postizos realistas que aplica a sus imágenes: ojos de cristal, dientes de marfil, uñas de asta y grumos de corcho para dar volumen a los coágulo de sangre.
Como creador de tipos iconográficos, dio forma definitiva en Castilla al modelo de la Inmaculada y al de la Virgen de la Piedad. Aunque las novedades le reportaron fama y estima popular fueron sus interpretaciones pasionistas: el Flagelado, atado a una columna baja y troncocónica, y el Yacente, que reclina la cabeza encima de una almohada y reposa extendido sobre la sábana.
Una leyenda sostiene que una vez concluido el Cristo atado a la columna, bajó Jesús a su talle para preguntarle dónde se había inspirado. La obra más alabada es la del Descendimiento, constando de siete figuras vestidas a la moda del siglo XVII, con el propósito de que la escenografía sacra fuera más fácilmente comprendida por los fieles.