miércoles, 25 de noviembre de 2015

PONTIFEX MAXIMUS.




Nos encontramos ante una obra escultórica perteneciente al arte romano, en concreto es una representación de Augusto como Pontifex Maximus, es decir, como máximo representante de la religión romana, cargo que obtuvo en el 12 a.C., cuando rondaba la cincuentena. La escultura actual es una copia en mármol de tiempos de Tiberio. Fue encontrada en 1910 en la ladera de la Colina Oppio, en la Via Labicana, en la misma Roma. 
Es una escultura exenta o de bulto redondo, que representa una estatua. Su posición es en pie. el material utilizado para la construcción de la escultura es el mármol blanco. Se puede apreciar que en la figura se usa la técnica del paño mojado, técnica que fue muy característica tanto en el arte egipcio como en el arte griego.
 

El emperador aparece vestido con la toga, una vestimenta que se adaptaba perfectamente a una silueta menuda como la suya, calzado con  los zapatos propios de los patricios y con la cabeza cubierta con un velo de toga. El brazo derecho, extendido, debía portar en su mano una pátera, plato ritual para el derramamiento de vino durante un sacrificio. Los pliegues de la toga están muy cuidados. La cabeza y los brazos fueron esculpidos de manera independiente. A pesar de su avanzada edad, los rasgos siguen siendo juveniles, respondiendo a un prototipo de belleza ideal,  que se desentiende del aspecto físico para representar el rango, la vida anterior y el debate que tiene lugar en su conciencia. Así quiso Augusto que le recordara el pueblo romano: hermoso como un atleta y piadoso con la religión, pero abrumado por la servidumbre del Imperio. 


 


El rostro representa el clasicismo propio del arte augusteo. Los rasgos son ligeramente más humanizados que en Prima Porta, pero a la vez de una belleza sublime y armónica evocando una gran espiritualidad.





La  religiosidad de Augusto, como casi todo en él, era de un carácter moderado. Se puede decir que usó la religión como un instrumento para gobernar. Era un hombre piadoso pero no tuvo ningún escrúpulo en realizar un acto sumamente impío como fue robar el testamento de Marco Antonio de las dependencias de las sagradas Vírgenes Vestales, hecho que resultó decisivo para propiciar la batalla final contra su máximo rival cuya victoria lo convirtió en dueño absoluto del mundo romano. Sin embargo, aquí se nos muestra como el sacerdote devoto, en un tipo de representación muy repetida, pues la propaganda del Principado era muy consciente, como apuntó P. Zanker, del poder de las imágenes.  

Una de las copias más logradas de esta escultura podemos admirarla en el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida. Desgraciadamente sólo ha llegado hasta nosotros la cabeza; sin embargo, es suficiente para expresar una grandeza similar a la de la incomparable obra romana.

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