Se trata de una escultura de bulto redondo, una réplica romana de una obra original hecha en mármol por el escultor griego, perteneciente al clasicismo griego del siglo IV a. C., Escopas, que se encuentra en Dresde (Alemania) en la colección de Antigüedades del Estado. Esta obra es conocida también como “Ménade danzante” o “Ménade furiosa” y representa a una de las ninfas que acompañaba o rendía culto al dios griego Dionisos, que para algunos autores, posteriormente serán conocidas como “bacantes” (aunque otros diferencian entre las “ménades” griegas, seres semimíticos y las “bacantes”, mujeres que imitarían el comportamiento de las primeras).
Escopas es un escultor que, pese a que continúa con la tradición del siglo V antes de Cristo en cuanto a las proporciones de los cuerpos, se muestra preocupado por la representación de los estados del alma relacionados con la pasión, la violencia, el sufrimiento y el patetismo, tratando de representar el interior atormentado del personaje. Ello se traduce en cuerpos forcejeantes y, a veces, contorsionados, con los que muestra las interioridades del personaje, acompañado de las bocas entreabiertas, y los ojos hundidos. Había nacido en la isla de Paros, una de las denominadas “islas del mármol”, por lo que su material favorito será precisamente el mármol (bastante frecuente en el siglo IV antes de Cristo, frente al bronce tan usado en el siglo V antes de Cristo).
La ninfa de Dionisos aparece representada cuando, poseída por el furor dionisíaco, danza frenéticamente en pleno éxtasis, semidesnuda, por lo que aparece en una violenta contorsión, dibujando su cuerpo una curva pronunciada, ya que está inclinada hacia atrás, abriendo provocativamente el vestido por uno solo de sus lados por efecto del violento movimiento, con la cabeza elevada, torcida, mirando hacia arriba, los ojos hundidos y el pelo rizado cayendo por la espalda. Se ha roto la serenidad y el equilibrio fidíaco mediante la plasmación del frenesí de la ninfa, ya que toda ella se mueve. De nuevo para los escultores griegos, el alma se representa a través de todo el cuerpo. Es destacable el trabajo muy profundo de los paños que provoca violentos contrastes de luz y sombra, realizados con la técnica de “paños mojados”, adheridos al cuerpo, transparentándolo. Los labios entreabiertos y los ojos hundidos contribuyen a aumentar el claroscuro de la imagen.
Escopas es uno de los últimos escultores que podemos encuadrar en la escuela ática, ya que en el siglo IV antes de Cristo, Atenas había perdido su hegemonía política, aunque conservaba la cultural. Además se va a ir produciendo el distanciamiento de la religión olímpica, siendo substituida progresivamente por cultos más intimistas e individualistas. Fruto de todo esto nos encontraremos con que los dioses se humanizan, las figuras pierden la “serenidad clásica” y aparecen realizando acciones humanas y, frente a la “frialdad” del siglo V antes de Cristo, se incrementa la pasión y los procesos psicológicos, campo en el que el papel jugado por el escultor Scopas es muy importante, como hemos podido observar en esta obra. Su influencia en el helenismo es enorme, tanto a través de sus obras como de sus discípulos. La tendencia dramática que el representa, la veremos por ejemplo en la escuela de Rodas y Pérgamo, en obras como “EL Laocoonte y sus hijos” y “El altar de Zeus en Pérgamo”.
Escopas es un escultor que, pese a que continúa con la tradición del siglo V antes de Cristo en cuanto a las proporciones de los cuerpos, se muestra preocupado por la representación de los estados del alma relacionados con la pasión, la violencia, el sufrimiento y el patetismo, tratando de representar el interior atormentado del personaje. Ello se traduce en cuerpos forcejeantes y, a veces, contorsionados, con los que muestra las interioridades del personaje, acompañado de las bocas entreabiertas, y los ojos hundidos. Había nacido en la isla de Paros, una de las denominadas “islas del mármol”, por lo que su material favorito será precisamente el mármol (bastante frecuente en el siglo IV antes de Cristo, frente al bronce tan usado en el siglo V antes de Cristo).
La ninfa de Dionisos aparece representada cuando, poseída por el furor dionisíaco, danza frenéticamente en pleno éxtasis, semidesnuda, por lo que aparece en una violenta contorsión, dibujando su cuerpo una curva pronunciada, ya que está inclinada hacia atrás, abriendo provocativamente el vestido por uno solo de sus lados por efecto del violento movimiento, con la cabeza elevada, torcida, mirando hacia arriba, los ojos hundidos y el pelo rizado cayendo por la espalda. Se ha roto la serenidad y el equilibrio fidíaco mediante la plasmación del frenesí de la ninfa, ya que toda ella se mueve. De nuevo para los escultores griegos, el alma se representa a través de todo el cuerpo. Es destacable el trabajo muy profundo de los paños que provoca violentos contrastes de luz y sombra, realizados con la técnica de “paños mojados”, adheridos al cuerpo, transparentándolo. Los labios entreabiertos y los ojos hundidos contribuyen a aumentar el claroscuro de la imagen.
Escopas es uno de los últimos escultores que podemos encuadrar en la escuela ática, ya que en el siglo IV antes de Cristo, Atenas había perdido su hegemonía política, aunque conservaba la cultural. Además se va a ir produciendo el distanciamiento de la religión olímpica, siendo substituida progresivamente por cultos más intimistas e individualistas. Fruto de todo esto nos encontraremos con que los dioses se humanizan, las figuras pierden la “serenidad clásica” y aparecen realizando acciones humanas y, frente a la “frialdad” del siglo V antes de Cristo, se incrementa la pasión y los procesos psicológicos, campo en el que el papel jugado por el escultor Scopas es muy importante, como hemos podido observar en esta obra. Su influencia en el helenismo es enorme, tanto a través de sus obras como de sus discípulos. La tendencia dramática que el representa, la veremos por ejemplo en la escuela de Rodas y Pérgamo, en obras como “EL Laocoonte y sus hijos” y “El altar de Zeus en Pérgamo”.
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