Blog de clase de Historia del Arte IES Ramón y Cajal (Tocina-Sevilla)
sábado, 16 de abril de 2016
Martirio de San Mauricio
Es una pintura, El Martirio de San Mauricio, obra de
el pintor cretense Doménikos Theotokópoulos, El
Greco, en la segunda mitad del Siglo XVI, por
encargo de Felipe II para la Basílica de El Escorial,
donde hoy permanece. El cuadro aparece dividido en tres escenas, San Mauricio
y sus compañeros en primer plano a la derecha; a la
izquierda, en un segundo plano, el martirio de la legión
tebana; y en la parte superior el mundo celestial.
Es una pintura al óleo.
El Greco se aleja del
naturalismo de corte italiano que tan de moda estaba
en ese momento, sus figuras se alargan mientras que
disminuye su volumen, intentando pintar almas más
que cuerpos, aunque todavía en las corazas de los
soldados vemos un intento de mostrar la musculatura. Una luz irreal envuelve el cuadro, demasiado amarilla, dando a los colores tonos irreales, casi
fosforescentes, apareciendo sus figuras casi cadavéricas, pálidas y amarillentas. Esa luz no
procede de una fuente concreta, sino que parece que emana de las propias figuras, lo que las
hace más irreales.
No hay un gran interés por la perspectiva y la profundidad. El fondo donde son decapitados los
legionarios está trazado al margen de las leyes de la perspectiva, lo que crea la sensación de que
las figuras se amontones caóticamente. Esas leyes, por supuesto, no rigen para la parte celestial
del cuadro.
El color se aplica mediante una pincelada larga y muy suelta que deshace las formas, quedando
los contornos desvaídos, lo que es especialmente evidente en la parte superior, envuelta entre
vaporosas nubes.
La composición responde más al significado de la obra que a cuestiones formales, pues el
significado de la obras es muy complejo. El espacio aparece dividido por una gran diagonal en un
plano terrenal y otro celestial. La parte celestial presenta una composición más dinámica, con
diagonales que se entrecruzan y dan sensación de confusión. El plano terrenal, dividido a su vez
en dos, presenta una composición más ordenada, a base de líneas verticales, y aunque hay una
gran cantidad de figuras no hay sensación de confusión por la postura de quietud y equilibrio, y la
expresión serena de las figuras del primer plano, lo que le quita dramatismo a la obra.
El cuadro narra el tema de un grupo de soldados tebanos del ejército imperial romano que tienen
que abjurar de su fe o ser ejecutados. Para entender su completo significado hay que prestar
atención a los símbolos que llenan la obra siguiendo la tradición bizantina en la que se educó, así
como por los gestos y expresión de los rostros de los protagonistas.
En el primer plano se ve al grupo de soldados dialogando, y que con sus manos señalan arriba y
abajo (vida terrenal o celestial), y que, tras abandonar las armas, van a optar por el martirio. Al pie
un árbol truncado simboliza este martirio, mientras las piernas inician ya un movimiento ascendente.
Detrás de ellos un grupo de soldados, vestidos según la moda del XVI, son testigos de la escena y
miran hacia el espectador buscando nuestra complicidad. Son los modernos defensores de la fe, los
soldados españoles que luchan contra los protestantes (Alejandro Farnesio, que dirige las tropas
españolas en Holanda, aparece detrás de San Mauricio, y a su lado está el Duque de Saboya que
dirigió la batalla de San Quintín contra los franceses) y contra los turcos (Don Juan de Austria,
vencedor en Lepanto, aparece detrás de San Mauricio en el segundo plano).
Al fondo a la izquierda se representa el martirio de todos ellos, iluminado por una luz celestial,
dividido en dos escenas, cuando son despojados de su uniforme y cuando son decapitados.
En la parte superior se representa el cielo donde los ángeles se preparan para acogerlos con las
coronas y palmas de los mártires, en medio de brumas, apareciendo la misma división cielo/tierra
que en Rafael aunque menos tajante.
Sacrificio de Isaac
Obra manierista del escultor palentino Alonso Berruguete. Es una obra del siglo XVI y pertenece al arte manierista español. En la obra se representa el sacrificio de Isaac, al cual está a punto de asesinar a su hijo. La escultura representa a Abraham que está apunto de sacrificar a su amado hijo Isaac por mandato divino. El padre está de pies con una pierna adelantada y sujeta por el pelo a su hijo que está agachado y con una rodilla hincada en el suelo. Berruguete opta por el momento de máxima tensión justo cuando el padre está apunto de quitarle la vida a su hijo, ningún elemento hace referencia al ángel enviado por Yahvé para detenerlo en su propósito. Así las imágenes de padre e hijo tienen una fuerza y carga expresiva inigualables. Los rasgos generales que se observan son su gran realismo y su carácter cromado. Se presenta de manera muy expresiva, el dolor es la pieza fundamental de los sentimientos de la obra. El principal reflejo de éstos son los rostros. En la obra se distinguen dos figuras humanas, la de Isaac, que aparece con una pierna adelantada, reposando su peso sobre una sola pierna. Existe en Isaac un estudio importante de la anatomía, los músculos están en tensión, a punto de realizar una acción, éstos se ve en los brazos, los cuales están sujetando y reteniendo a su hijo, lo que crea un dinamismo en la obra y aporta gran movilidad al conjunto. Isaac va vestido con una túnica al hombro de colores dorados, aquí vemos ya leves relieves con formas geométricas. Lo más importante es el rostro, con una expresión de dolor, de sufrimiento, vemos a Isaac con la boca entreabierta, como implorando al cielo, al cual dirige su mirada y su cabeza, dado que mira hacia arriba. En sus ojos se ve ese sufrimiento, unos ojos llorosos, que inspiran lástima y rabia. La barba es detallada, y realista también. La otra figura es la del hijo de Isaac, al cual está arrodillado y maniatado. Está sujetado por su padre por el pelo. Aquí también está realizado un estudio importante de la anatomía, expresando una tensión similar a la de su padre. Su rostro es fiel reflejo del sufrimiento, no se explica por qué hace su padre eso y está desesperado. Parece estar llorando, su cara es realmente expresiva con la boca abierta y el ceño fruncido. El hijo de Isaac aparece desnudo al contrario que su padre. Las túnicas generan más movimiento al conjunto y tiene unos pliegues detallados creando curvas y hondas de tamaño importante. Es precisamente ese dramatismo al que el artista da preminencia en detrimento de las formas anatómicas realistas. Los personajes ataviados con ligeras prendas decoradas por la técnica del dorado muestran gran parte de su cuerpo desnudo donde el artista plasma un perfectísimo encarnado de gran naturalidad, el canon es alargado propio del manierismo y los rostros se tuercen en muecas de terror en Isaac y dolor en Abraham.
Nos
encontramos ante una obra pictórica, perteneciente al arte barroco,
concretamente con el lienzo de Enrique IV de Francia recibiendo de
Júpiter y Juno el retrato de María de Medici. Este lienzo formaba
parte de la serie encargada a Rubens por la reina madre de Francia,
María de Medicis, para decorar el salón principal del Palacio del
Luxemburgo en París. Esta obra está datada en 1625, con unas
dimensiones de 394 x 295 cm. Actualmente esta obra se encuentra en el Museo del
Louvre.
Con
esa serie se pretendía exaltar y glorificar la vida y la regencia de
la soberana. El matrimonio de Enrique IV de Francia y María de
Medicis formaba parte de los habituales enlaces de Estado, en los que
los contrayentes no se conocían. María era hija del gran duque de
Toscana y tenía 25 años mientras que Enrique, divorciado sin hijos
de Margarita de Valois, esperaba una unión fecunda y más lucrativa
que la anterior.
Sería
la riqueza de la dote y no la belleza de la joven lo que animó al
monarca francés a contraer matrimonio.
Esta
escena es la cuarta del ciclo y en ella Rubens imagina un primer
encuentro entre los futuros esposos a través del arte. Enrique IV
recibe el retrato de su prometida de manos de Himeneo, dios del
matrimonio, en la izquierda, y Cupido, dios del amor, en la derecha.
Galia, la personificación de Francia, ataviada con un casco
emplumado y un vestido adornado con flores de lis, aconseja
adecuadamente al monarca mientras que en la zona superior de la
composición se halla la pareja olímpica, Júpiter y Juno,
acompañados cada uno por sus símbolos: el águila con los rayos del
dios y el carro y los pavos reales de la diosa. La presencia de los
dioses es una referencia a los "alter ego" divinos de
Enrique y María, simbolizando la armonía conyugal.
Las
figuras se ubican ante un fondo de paisaje en el que observamos una
columna de humo como referencia a la reciente guerra de Saboya, hecho
por el que el monarca aparece con armadura y portando el cetro y la
banda de general. Con su casco y escudo juegan dos amorcillos a sus
pies. El objetivo del matrimonio será convertir a un monarca
belicoso en un rey amante de la paz, lo que provocará la prosperidad
y el desarrollo de las artes en el reino, en la línea que se aprecia
en las escenas de la Regencia.
La
política defendida por la propia María estaría vinculada con esta
filosofía que defendía la paz y potenciaba la diplomacia por vía
matrimonial. No en balde, este ciclo estuvo finalizado con motivo del
enlace de la princesa Enriqueta María con el futuro Carlos I de
Inglaterra. La Educación de María de Medicis y el Triunfo de María
de Medicis en Juliers también forman parte de la serie.
Nos
encontramos ante una obra pictórica, perteneciente al arte barroco,
concretamente con el lienzo de Baco, una de las obras más bellas del
pintor italiano Michelangelo Merisi da Caravaggio (1571 – 1610) más
conocido simplemente como Caravaggio. El artista barroco es
mundialmente conocido por su estilo naturalista y el tratamiento
lumínico del tenebrismo, unos aspectos que en esta ocasión no se
aprecian en este Baco ya que nos encontramos con una de sus primeras
obras importantes.
Se
encuentra realizada en óleo sobre lienzo. Algunos estudiosos datan
la obra en torno a 1596 mientras que otros se inclinan por retrasar
un par de años su datación, sobre 1598. Con todo, lo que sí parece
seguro es que Caravaggio realizaría la obra bajo el mecenazgo de uno
de sus bienhechores más importantes, el cardenal Francesco María
del Monte, quién coleccionó un buen número de obras realizadas por
el artista. El Cardenal del Monte encargaría este lienzo a
Caravaggio con motivo de los desposorios de Cosme II de Médicis.
El
artista italiano representa un dios joven y fornido que ataviado con
una túnica blanca nos ofrece una copa de vino para unirnos a su
celebración. La figura de Baco es de gran belleza y en ella se
resaltan los aspectos andróginos que hacen del dios una encarnación
de ambos géneros. Su cuerpo aparece cubierto por una fina túnica
blanca que nos deja ver la parte derecha de su torso y un musculado
brazo. La cabeza está coronada por hojas de parra y uvas que hacen
juego con el bodegón de frutas que aparece en la mesa dispuesta en
primer plano; en ella también se ve una espumeante jarra con vino de
la que el joven dios acaba de servir una copa para ofrecerla, con un
gesto poco mañoso de su mano izquierda, al espectador.
Precisamente
es esta incómoda postura del dios lo que ha suscitado la idea de que
Caravaggio pudiera estar representando una imagen proyectada en un
espejo. La encarnación rosada de las manos y el rostro de Baco nos
indican su ligera embriaguez que contrastan con el resto de su piel
blanquecina.
Pese
a todo el artista no sólo busca plasmar una temática mitológica
sino que la obra se presenta como un ejercicio de pericia y
perfección compositiva. Abriendo la senda que después seguirán
otros grandes artistas, Caravaggio plantea una unificación temática
en la que conjuga a la perfección el bodegón realista con la
pintura mitológica.
La
luz es aún manierista, ésta se disemina por toda la composición y
está alejada de la tendencia tenebrista que el artista desarrollará
en sus próximas obras. Así aunque este Baco es una de las primeras
obras del artista italiano ya se aprecian en él las maneras de un
gran genio; a la perfección técnica del lienzo debe unirse el
complicado estudio iconográfico y la multitud de matices que aún
los historiadores del arte siguen analizando. En este sentido cabe
destacar algunos detalles como el hecho de que la cesta de fruta del
primera plano esté repleta de frutas no comestibles o que en el
cristal de la copa de Baco aparezca representado el propio
Caravaggio.
Nos
encontramos ante una obra escultórica, perteneciente al arte
barroco, concretamente con el David de Bernini, una obra hecha en
mármol, durante los años 1623 y 1624, y que se encuentra en la
célebre Gallería Borghese, en Roma. Se trata de una obra en la que se ha trabajado de manera magistral el mármol. El tratamiento del mármol llega al punto de que el escultor es capaz de trabajar las calidades con un mismo material: carne, paños, incluso la piedra y la honda han sido trabajados de manera primorosa.
Se trata de una escultura individualizada , en la cual se plasma a David como un
joven pastor en el momento previo a lanzar la piedra la gigante
filisteo. Las
superficies son lisas, observamos como la luz resbala sobre el cuerpo
sin crear demasiados contrastes, algo que también compararemos con
esculturas posteriores, como el Éxtasis de Santa Teresa. Tan solo el
rostro y el pelo alborotado, así como los paños o el zurrón,
incorporan efectos del claroscuro.
Esta
escultura fue concebida para ser colocada frente a una pared, de
manera que el punto de vista, único, permitiera percibir la
intensidad máxima, incluso la violencia del movimiento. Sus líneas
expresivas, que contraponen pierna, cuerpo y cuello al giro de la
cabeza y del brazo que sostiene la piedra en la honda, contribuyen a
reflejar la tensión previa al acción inminente. También lo hacen
el rostro, compendio de tensión y concentración en los labios
contraídos, los músculos rígidos, las fosas nasales hinchadas, el
ceño fruncido y la mirada resuelta.
El
David de Bernini contrasta con el de Miguel Angel, clásico,
contenido, meditabundo, y, al proponer la acción en desarrollo,
supera el estatismo de la escultura renacentista. Bernini
opuso la fuerza dinámica del impulso físico y anímico inmediato al
lanzamiento de la piedra contra la frente del gigante, una doble y
asimétrica estructura diagonal en aspa, en la superficie de la
imagen yen el espacio, dirige el movimiento, efectivamente hacia
atrás y potencialmente hacia adelante del cuerpo, ya heroico, del
futuro héroe.
Todos
los músculos de su anatomía se presentan en la tensión que
permitía arrojar la piedra con la honda, alcanzando su culminación
en los faciales, apretados el entrecejo y la boca a causa del a
voluntad, del esfuerzo, de la concentración y la tensión emocional
del instante previo a la pedrada, la mirada fija del David, frente a
un espectador que queda por debajo de su línea visual, atiende la
enemigo que alza su cabeza por encima de las nuestras pero su
frontalidad nos permite ser testigos de la intensidad, nuevamente
física y emocional , del gesto escultórico.
En
cierto sentido, Bernini pone al descubierto otro elemento primordial
de su estilo o, la necesidad de participación emocional activa del
espectador, emocionalmente zarandeado, frente a la tradicional
pasividad de su mirada, contemplativa y distanciada.
Nos
encontramos en el siglo XVII, siglo el que se desarrolla el arte
barroco, que fue definido con sentido peyorativo como algo
recargado y artificioso. Sin embargo, esta consideración no se
sostiene pues es una manifestación artística original con grandes
logros estéticos, muy vinculados al contexto.
Este
arte se extiende durante el siglo XVII y
primera mitad del XVIII, vinculado a un contexto
de crisis generalizada tanto económica (malas cosechas)
demográfica (hambrunas y epidemias) política (guerra de los
treinta años) y religiosa (enfrentamiento y división
católicos y protestantes).
En
este panorama de crisis aparece este arte.
Una
vez terminada a mediados del siglo XVII la basílica convertida en
planta longitudinal por Carlo Maderno, quien realizó también la
fachada , el Papa Alejandro VII, quién trata de utilizar la
arquitectura como modo de exaltación del poder del pontífice
y de la Iglesia, encarga a Bernini la realización de la plaza que
debería ser capaz de acoger a grandes concentraciones de fieles.
En un principio, Bernini proyectó la construcción de una plaza con dos brazos laterales y un tercero que cerraba el espacio y la aislaba. Detrás de este brazo se encontraba una manzana de casas. Este tercer brazo no se llegó a construir y la plaza quedó abierta a la “Vía de la Consolatione”.
Bernini, en lugar de una sola plaza, realizó dos unidas. La primera es la "plaza recta", un trapecio, la segunda es la "plaza elíptica", donde su eje mayor es paralelo a la fachada y se remarca por el obelisco y las dos fuentes en los focos de la elipse. La plaza trapezoidal se cierra obligando ópticamente al espectador a centrarse en la cúpula. En cuanto a la plaza elíptica, la presencia del obelisco impide la visión frontal de la cúpula y nos obliga a girar dándonos cuenta del espacio curvo.
Cada uno de los brazos ovalados consta de una columnata formada por columnas y pilastras toscanas que forman tres calles. La columnata sostiene un entablamento jónico y encima una balaustrada y las estatuas de santos realizadas por discípulos de Bernini, símbolos del triunfo de la iglesia. Todo ello forma un espacio abierto y teatral, pues proporciona diferentes puntos de vista.
En el medio de la plaza se levanta el antiguo obelisco egipcio del
circo Nerón, coronado con una cruz, para reforzar el simbolismo
cristiano. La luz
adquiere un nuevo papel en la percepción total del edificio,
ya que posibilita la búsqueda del efecto. El conjunto supera la
dimensión de la propia basílica.
Los
recursos artísticos van dirigidos a los sentidos, a
provocar el impacto emocional por este motivo frente al
equilibrio y orden del renacimiento se busca el movimiento, lo
efectista en arquitectura y lo dramático y expresivo en la escultura.
Es
un arte con finalidad conservadora, conmover,
emocionar al pueblo, mantenerlo así en la obediencia al orden
establecido en unos momentos de crisis. Así mismo, se desarrolla un interés por provocar la sorpresa visual: lo rico o apariencia de riqueza y deslumbrante como la expresión
del poder de la iglesia o del poder del monarca.
En el caso de Roma, el Papado, cuestionado por los protestantes, buscó convertir
a Roma en el centro de la iglesia católica y planteó
la idea de atraer a los fieles conmoviéndolos o sorprendiéndolos. En arquitectura esto se va a
realizar mediante reformas urbanísticas que atraigan a
peregrinos a una ciudad nueva y transformada y la creación
de edificios movidos o mediante espacios escenográficos o teatrales
como esta plaza.
El diseño de la obra está copiado de los antiguos propileos de la Acrópolis de Atenas. La influencia de esta plaza ha sido inmensa, ya que la mayoría de las plazas cristianas han querido imitarla, como por ejemplo La Plaza de la Concordia, en París.
Por último, os dejo aquí un pequeño, aunque interesante, vídeo que nos explica algunos aspectos más sobre la plaza de San Pedro:
Nos encontramos ante una obra pictórica de grandes dimenciones. Podemos observar como esta obra se divide en dos partes: una parte inferior, compuesta por el fallecimiento de un personaje importante( debido a la cantidad de mienbros de la iglseia presentes) rodeado de una gran cantida de personajes, tanto civiles como eclesiásticos, como si de una misa funeraria se tratara. Y una parte superior, donde se observa como el fallecido de la parte inferior se encuentra en el cielo y ante una déesis( Jesús, la Virgen María y San Juan Bautista) y un coro celestial. Se puede observar como (en general) la imagen utiliza un claro predominio de los colores oscuros.En la imagen inferior se observa, ademas de los colores oscuros, como los unico que resalta son el color dorado de las túnicas de los mienbros de la iglesia y el rostro de los presentes. En la imagen superior si se destacan colores mas llamativos, como el rojo de la ropa de la Virgen María, el amarillo de la de San Juan Bautista o resaltes claros de las nubes del cielo. Por otro lado, destacar los rostros serenos tanto de los miembros de la misa fúnebre, como de los miembros del cielo. Por último, cabe destacar que esta obra se encuentra encuadrada en un marco con un remate en forma de arco de medio punto.
Aplicando la teoría, sabemos que nos encontramos ante El entierro del señor de Orgaz, popularmente llamado El entierro del conde de Orgaz, es un óleo sobre lienzo de 4,80 x 3,60 metros, pintado en estilo manierista por el Greco entre los años 1586 y 1588. Fue realizado para la parroquia de Santo Tomé de Toledo, España, y se encuentra conservado en este mismo lugar.
El cuadro representa el milagro en el que, según la tradición, san Esteban y san Agustín bajaron del Cielo para personalmente enterrar a Gonzalo Ruiz de Toledo, señor de la villa de Orgaz, en la iglesia de Santo Tomé, como premio por una vida ejemplar de devoción a los santos, su humildad y las obras de caridad llevadas a cabo.
El Greco aceptó el encargo de realizar la obra en 1586,
algo más de dos siglos y medio después de los hechos que en ella
representó. Recibió detalladas directrices sobre cómo debía aparecer el
milagro de la zona inferior del lienzo, pero una vaga descripción de la
zona de la Gloria.
El pintor cretense incorporaría a la zona superior la representación
del Juicio y la aceptación en el Cielo del alma del señor de Orgaz.
También cargaría a la escena del entierro de un aire de actualidad,
retratando a varones de su tiempo con ropajes del siglo XVI y situando los hechos en un oficio de difuntos con las características de la época.
Historia:
Gonzalo Ruiz de Toledo era señor de Orgaz, pues la villa de Orgaz no fue condado hasta 1522. Fue un hombre muy piadoso y benefactor de la parroquia de Santo Tomé. No en vano la iglesia fue reedificada y ampliada en 1300 a sus expensas. Al morir el 9 de diciembre de 1323 (otras fuentes en 1312) dejó una manda que debían cumplir los vecinos de la villa de Orgaz en su testamento
que, ya por generosa, habría bastado para perpetuar su memoria en la
feligresía.
Pasados más de 200 años, en 1564,
don Andrés Núñez de Madrid, advirtió el incumplimiento por parte de los
habitantes de la localidad toledana a seguir entregando los bienes
estipulados en el testamento de su señor y reclamó la manda ante la Real Audiencia y Chancillería de Valladolid.
Y cuando al fin ganó el pleito en 1569
y recibió lo retenido (suma considerable por los muchos años
impagados), quiso perpetuar para las generaciones venideras al conde,
señor de la villa de Orgaz encargando el epitafio en latín
que se encuentra a los pies del cuadro, en la que además del pleito
emprendido por el párroco se narra el relato del suceso prodigioso que
ocurrió durante el entierro del señor de Orgaz, dos siglos antes. Esta
tradición que existía en Toledo narra que en 1327,
cuando se trasladaron los restos del señor de Orgaz desde el convento
de los agustinos —próximo a San Juan de los Reyes— a la parroquia de
Santo Tomé, el mismo san Agustín y san Esteban
descendieron desde el cielo para con sus propias manos colocar el
cuerpo en la sepultura, mientras que los admirados asistentes escuchaban
una voz que decía «Tal galardón recibe quien a Dios y a sus santos
sirve».
Para presidir la capilla mortuoria del señor de Orgaz, don Andrés
Núñez de Madrid, encargó el trabajo a un pintor feligrés y parroquiano,
que por entonces vivía, de alquiler, a pocos metros de allí, en las
casas del marqués de Villena. El 15 de marzo de 1586
se firma el acuerdo entre el párroco, su mayordomo y El Greco en el que
se fijaba de forma muy precisa la iconografía de la zona inferior del
lienzo, que sería de grandes proporciones. Se puntualizaba de la
siguiente manera: «en el lienzo se ha de pintar una procesión, (y) cómo
el cura y los demás clérigos que estaban haciendo los oficios para
enterrar a don Gonzalo Ruiz de Toledo señor de la Villa de Orgaz, y
bajaron san Agustín y san Esteban a enterrar el cuerpo de este
caballero, el uno teniéndolo de la cabeza y el otro de los pies,
echándole en la sepultura, y fingiendo alrededor mucha gente que estaba
mirando y encima de todo esto se ha de hacer un cielo abierto de gloria
...». El pago se haría tras una tasación, tras recibir cien ducados a
cuenta, debiendo acabarse para la Navidad de ese mismo año.
El trabajo se alargó hasta finales de 1587 probablemente, para el aniversario del milagro y la fiesta de santo Tomás.
En una primera tasación el Greco evaluó su obra en 1200 ducados , «sin
la guarnición y el adorno» cantidad que le pareció excesiva al buen y
práctico párroco (en comparación con los 318 del Expolio y los 800 del San Mauricio de El Escorial).
Reclamó el párroco y trató de renegociar la rebaja y dos nuevos
pintores retasaron el enorme cuadro en 1700 ducados. Ante el nuevo
desastre, recurrieron cura y mayordomo, y el Consejo Arzobispal decidió
retornar al primer precio. El Greco se sintió entonces agraviado y
amenazó con apelar al Papa y a la Santa Sede,
pero se avino a causa de las previsibles dilaciones y costos
procesales; el 30 de mayo de 1588, el consejo acepto la renuncia del
pintor a apelar y resolvió que la parroquia le abonara los citados 1200
ducados, concertándose el 20 de junio ambas partes y saldándose la deuda en 1590.
Descripción:
El cuadro representa las dos dimensiones de la existencia humana: abajo la muerte, arriba el cielo, la vida eterna. El Greco se lució plasmando en el cuadro lo que constituye el horizonte cristiano de la vida ante la muerte, iluminado por Jesucristo.
En la parte inferior, el centro lo ocupa el cadáver del señor, que va
a ser depositado con toda veneración y respeto en su sepulcro. Para tan
solemne ocasión han bajado dos santos del cielo: el obispo san Agustín, uno de los grandes padres de la Iglesia, y el diácono san Esteban, primer mártir de Cristo.
En la tradición bíblica el cuerpo es enterrado, devuelto a la tierra
de donde salió, en la espera de ser transfigurado por la resurrección
final. El cuerpo humano, que el Hijo de Dios ha tomado al hacerse
hombre, ya no es la cárcel del alma, sino la materia animada por el
espíritu, la materia que será definitivamente transformada en la
resurrección.
A este entierro, dos personajes principales, el Greco nos mira de
frente, invitándonos a entrar en el misterio admirable que contemplan
nuestros ojos y su hijo, señalando con su dedo al personaje central.
En la parte superior, el pintor describe el cielo, la vida feliz de los
bienaventurados. Aparece Jesucristo glorioso, luminoso, vestido de
blanco, entronizado como juez de vivos y muertos. Es el señor de la vida
y de la historia de los hombres. A Él se le ha dado la capacidad de
juzgar a los hombres, y lo hace con misericordia, como lo muestra su rostro sereno y su mano derecha que manda al apóstol Pedro, jefe de su iglesia, que abra las puertas del cielo para el alma del conde difunto.
Personajes:
En la parte inferior, encontramos la escena del entierro. El luto y la
seriedad en los semblantes destaca por encima de todo. Todos los labios
están sellados. Contrasta el tropel con el que se sitúan los personajes,
con el orden de la parte superior. Algunos rostros no están completos.
Podemos distinguir entre los personajes en primera fila y la propia fila
de caballeros en un posterior plano.
En la parte superior persiste la necesaria seriedad del momento,
rodeados de nublado. Corresponde a la construcción imaginativa de poetas
y artistas. Las formas características del Greco acentúan la belleza de
lo ultraterreno; el tono frío y al mismo tiempo intenso y deslumbrante
del color y la iluminación subrayan la pertenencia a otro ámbito.
El Greco:
Doménikos Theotokópoulos (Candía, 1541-Toledo, 1614), conocido como el Greco («el griego»), fue un pintor del final del Renacimiento que desarrolló un estilo muy personal en sus obras de madurez.
Su formación pictórica fue compleja, obtenida en tres focos
culturales muy distintos: su primera formación bizantina fue la causante
de importantes aspectos de su estilo que florecieron en su madurez; la
segunda la obtuvo en Venecia de los pintores del alto renacimiento, especialmente de Tiziano, aprendiendo la pintura al óleo y su gama de colores —él siempre se consideró parte de la escuela veneciana—; por último, su estancia en Roma le permitió conocer la obra de Miguel Ángel y el manierismo, que se convirtió en su estilo vital, interpretado de una forma autónoma.
Su obra se compone de grandes lienzos para retablos
de iglesias, numerosos cuadros de devoción para instituciones
religiosas -en los que a menudo participó su taller- y un grupo de retratos
considerados del máximo nivel. En sus primeras obras maestras españolas
se aprecia la influencia de sus maestros italianos. Sin embargo, pronto
evolucionó hacia un estilo personal caracterizado por sus figuras
manieristas extraordinariamente alargadas con iluminación propia,
delgadas, fantasmales, muy expresivas, en ambientes indefinidos y una
gama de colores buscando los contrastes. Este estilo se identificó con
el espíritu de la Contrarreforma y se fue extremando en sus últimos años.
Adoración a los pastores
La formación del Greco le permitió lograr una conjunción entre el diseño
manierista y el color veneciano. Sin embargo, en Italia los artistas
estaban divididos: los manieristas romanos y florentinos defendían el
dibujo como primordial en la pintura y ensalzaban a Miguel Ángel,
considerando el color inferior, y denigraban a Tiziano; los venecianos,
en cambio, señalaban a Tiziano como el más grande, y atacaban a Miguel
Ángel por su imperfecto dominio del color. El Greco, como artista
formado en ambas escuelas, se quedó en medio, reconociendo a Tiziano
como artista del color y a Miguel Ángel como maestro del diseño. Aun
así, no dudó en desacreditar con dureza a Miguel Ángel por su
tratamiento del color. Pero los estudiosos coinciden en señalar que fue
una crítica engañosa, pues la estética del Greco compartía los ideales
de Miguel Ángel de primacía de la imaginación sobre la imitación en la
creación artística. Sus escritos fragmentarios en varios márgenes de
libros indican su adhesión a las teorías manieristas, y permiten
comprender que su pintura no fue fruto de visiones espirituales o
reacciones emocionales, sino que trataba de crear un arte artificial y
antinaturalista.