Nos encontramos frente a
una obra pictórica del arte romano, para ser más exactos, estamos
frente al Maestro de Tahull,
que representa a la Maiestas Mariae recibiendo la adoración
de los Reyes Magos. Es una
pintura al fresco de revestimiento mural que tiene su origen en el
1123 y se encuentra en el Museo Nacional de Arte de Cataluña
(Barcelona).
Procede
de la iglesia leridiana de Santa María, de Tahull. Su iconografía
como Trono del Salvador y mediadora entre Dios y los hombres deriva
de la Theotocos bizantina. La presencia de los Reyes Magos,
componiendo el misterio de la Epifanía, está inspirada en el
evangelio apócrifo del Pseudo Mateo: “Después de transcurridos
dos años vinieron a Jerusalén unos Magos […] la estrella iba
delante sirviéndoles de guía […] entraron en la casa y
encontraron al Niño en el regazo de su Madre”
El
tema representado es la
Maiestas Mariae,
iconografía bizantina derivada de la
Virgen
Kiriotissa.
En
ella, la
Madre sirve
como trono del Hijo, rodeados ambos por la mandorla mística. Cristo,
con el pergamino de la
Ley en
la izquierda, bendice con la derecha mientras recibe el homenaje de
los Reyes Magos (Epifanía). Estos llevan las ofrendas con las manos
veladas en señal de respeto, iniciando Melchor una genuflexión o
proskinesis ante la divinidad. Sobre sus cabezas aparecen las
estrellas del relato evangélico.
En
la zona inferior aparece, bajo una galería de arcos, el Colegio
Apostólico compuesto, de izquierda a derecha, por: San Andrés, San
Pedro con su pelo blanco, San Pablo, representado calvo, y San Juan
Evangelista que sostiene su libro con la mano velada, señalándolo
con el dedo.
La
división entre ambas zonas se realiza a través de una cinta
continua representada de forma zigzagueante en perspectiva.
La
técnica empleada es el fresco sobre revoco de yeso y con retoques al
temple.
La
composición es simétrica y adaptada al marco. El eje, tanto visual
como temático, es la Virgen con el Niño en la parte superior,
utilizando la ventana real del ábside en la zona inferior. A ambos
lados se desarrollan figuras en paralelo que en el Colegio Apostólico
son organizadas por medio de recursos arquitectónicos (arquería
simulada). Junto a la Virgen, y debido al número impar de los
personajes, el autor recurre a una serie de recursos para equilibrar
la imagen. Entre ellos se destaca la postura de piernas abiertas de
Melchor que, en espacio, ocupa la misma zona triangular de Gaspar y
Baltasar. Por otra parte, el leve giro de Cristo, bendiciendo hacia
nuestra izquierda, refuerza visualmente esta zona, dejando ambas
partes equilibradas.
El
dibujo, como es habitual en la época, resulta fundamental en la
creación de la imagen. Para los perfiles se utilizan líneas gruesas
que separan las figuras y delimitan los distintos campos cromáticos.
También son empleadas con cierta frecuencia las líneas paralelas
muy juntas en los pliegues que intentan generar, aunque sea de una
forma bastante más mental que visual, claroscuros en los paños. En
bordados y arquitecturas fingidas aparece un mayor detallismo a la
hora de representar pedrerías y adornos fuertemente influidos por la
estética bizantina y las obras contemporáneas de orfebrería.
Por
lo general, se busca un fuerte rigor geométrico en todo el dibujo,
prescindiendo del detalle en favor de trazos simples y amplios.
El
color es plano y sin tonalidades que sólo se consiguen a través de
las líneas paralelas ya citadas. Suelen aparecer muy saturados,
entre otras causas debido a la escasa iluminación que tendrían
estas iglesias en el momento en el que se decoran.
La
luz, como también es norma en la época, es casi inexistente. En el
románico no se utilizan los conceptos de la luz ambiente o foco
lumínico, pues los personajes se sitúan en el espacio atemporal de
lo divino, fuera de las experiencias ópticas. Sólo en los ya
citados plegados o en ciertas zonas de manos y caras existe un tímida
intención de crear claroscuros, de nuevo más mentales que visuales.
En
cuanto a las figuras, son las suyas figuras frontales e hieráticas,
sin intención de expresión ni volumetría. Se trata de una herencia
bizantina en donde el autor, más que representar personas reales,
trabaja con arquetipos, con ideas visuales fuera de lo temporal y
cotidiano. Sus convencionalismos proceden de su ámbito divino,
expresamente lejano del mundo real en donde vive el fiel.
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