Se
trata de una obra escultórica en la que se ha trabajado de manera magistral el
mármol. El tratamiento del mármol llega al punto de que el escultor es capaz de
trabajar las calidades con un mismo material: carne, paños, incluso la
piedra y la honda han sido trabajados de manera primorosa. Es
una escultura individualizada, en la cual se plasma a David como un joven
pastor en el momento previo a lanzar la piedra al gigante filisteo.
Las
superficies son lisas, observamos como la luz resbala sobre el cuerpo sin crear
demasiados contrastes. Tan solo el rostro y el pelo alborotado, así como
los paños o el zurrón incorporan efectos del claroscuro.
Esta
escultura fue concebida para ser colocada frente a una pared, de manera que el
punto de vista, único, permitiera percibir la intensidad máxima, incluso la
violencia, del movimiento. Sus líneas expresivas, que contraponen
pierna-cuerpo-cuello al giro de la cabeza y del brazo que sostiene la piedra en
la honda, contribuyen a reflejar la tensión previa a la acción inminente.
También lo hacen el rostro, compendio de tensión y concentración en los labios
contraídos, los músculos rígidos, las fosas nasales hinchadas, el ceño fruncido
y la mirada resuelta.
El David de
Bernini contrasta con el de Miguel Ángel, clásico, contenido, meditabundo, y,
al proponer la acción en desarrollo, supera el estatismo de la escultura
renacentista.
Bernini
recibió lecciones de su padre, cuya influencia se aprecia en sus primeras
obras, que revelaron su gran talento. Al principio se interesa por la
escultura helenística, con obras que imitaban este estilo: Ángel con el dragón. También crearía
obras como La cabra Amalthea con niño y
un pequeño fauno en 1615, y entre 1621 y 1625 las cuatro obras que lo
consagrarían como un maestro de la escultura. Bajo la égida de la poderosa
familia Borghese, el joven Bernini restauró y creó esculturas clásicas
aportando una vibración emocional nueva al mármol, un genial toque en el que
alentaba ya el espíritu del Barroco. Se trata de los cuatro Grupos
Borghesianos, basados en temas mitológicos y bíblicos que fueron encargados
por el cardenal Borghese. Estas obras fueron Eneas, Anquises y Ascanio, basado en la Eneida, el Rapto de Proserpina, el David y Apolo y Dafne.
Retratista
de papas y reyes, y considerado como el arquitecto más representativo del barroco
italiano, heredero de la fuerza escultórica de Miguel Ángel,
su habilidad para plasmar las texturas de la piel o de los ropajes, así como su
capacidad para reflejar la emoción y el movimiento, fueron asombrosos. Realizó
numerosos encargos para ocho pontífices en una etapa de máximo esplendor de la
Iglesia. Urbano VIII, un gran admirador de Bernini, le nombró arquitecto
de Dios al considerarle perfecto para sus proyectos urbanísticos y
arquitectónicos. El primer encargo que recibió fue en 1623, se trata de la
estatua de Santa Bibiana, en la
Iglesia de Santa Bibiana en Roma, después trabajaría en la Basílica de San Pedro. El papa quería un
nuevo altar cubierto por un enorme baldaquino apoyado en cuatro gigantescas
columnas salomónicas de bronce y fue construido entre 1624 y 1633. En 1627
comienza la construcción del Mausoleo
de Urbano VIII, que fue acabado con años de retraso. Posteriormente realiza
una de sus obras cumbres, el Éxtasis
de Santa Teresa; la Fuente de los Cuatro Ríos, en la Plaza Navona de
Roma, y la escultura La Verdad.
En San Pedro finaliza la decoración interior con la Cátedra de San Pedro, situada en el fondo del ábside. En el
exterior construye una columnata
elíptica, espacio dedicado a ceremonias públicas, que representa el abrazo
de la iglesia a todo el pueblo. Sus trabajos en San Pedro finalizan con la Scala Regia, entrada oficial al palacio
apostólico.
Alejandro VII le encargó la escultura de su sepulcro, un monumento que representa al papa, arrodillado y acosado por La Muerte, y que contiene cuatro figuras alegóricas: la Caridad, la Verdad, la Prudencia y la Justicia. Su última obra fue El busto del Salvador.
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