lunes, 14 de marzo de 2016

La Piedad

Nos encontramos ante una obra escultórica compuesta por dos figuras de tamaño, perteneciente al Renacimiento, concretamente con La Piedad, es decir, la Virgen María con el cuerpo de Cristo muerto en su regazo; tema que no tenía precedentes en la escultura italiana, pero que sí tenía una tradición en la religiosidad y  en la escultura gótica del norte de Europa.
Esta obra fue realizada por Miguel Ángel Buonarroti entre 1498 y 1499. Sus dimensiones son 174 por 195 cm y se encuentra en la basílica de San Pedro del Vaticano. Se trata, por tanto, de una escultura del Renacimiento italiano, concretamente realizada a final del Quatrocentto y comienzos del Cincuententto.


En cuanto al análisis de la obra vemos como dentro de un esquema triangular aparece María con Cristo muerto en su regazo sobre un sudario. María presenta la pierna derecha elevada respecto a la izquierda, lo que permite que el cuerpo de Cristo quede expuesto al espectador. Contrasta el cuerpo semidesnudo de Cristo de belleza clásica sin exageración en las formas y en el que el autor evita la sangre, con la túnica de María y el sudario donde reposa Cristo; cuyos abundantes y profundos pliegues crean unos efectos de claroscuro de gran belleza. Tanto el gesto de María que inclina la cabeza hacia el Hijo y extiende el brazo derecho mostrándonos el cuerpo muerto del Hijo, como la cinta, donde aparece la firma de Miguel Ángel,  que recorre el torso de María;  nos dirige la mirada hacia Cristo, cuyo cuerpo pesado se hunde en el regazo dejando caer el brazo izquierdo mientras inclina la cabeza hacia detrás.

Fue realizada por encargo del cardenal francés Jean Bilhiéres de Lagraulas para su tumba. Muestra la influencia clásica  del joven Miguel Ángel, que contaba con veinticuatro años en el momento en el que recibió el encargo de esta obra. El escultor opta por representar el tema de la Virgen con Cristo muerto sin recurrir al dramatismo extremo con el que se había tratado el tema en el gótico final; sino que, por el contrario, todo en la obra respira aceptación ante el destino redentor de Cristo. El rostro de María de belleza inigualable no se deforma con expresiones de llanto o dolor sino que muestra un dolor comedido mostrando a la Humanidad el cuerpo muerto de su Hijo.  María muestra un rostro ovalado, bello y joven; demasiado joven le criticaron a a Miguel Ángel, pero con el que el autor dijo que quería representar la virginidad eterna de María. La belleza de María no es la belleza de la carne sino la del espíritu, belleza que no se marchita. Igualmente, Cristo parece dormir hundido en el regazo de la Madre, abrazado por los pliegues del sudario que parecen acogerlo; mostrándonos un cuerpo hermoso, de proporciones perfectas donde aún no están presente la musculatura exagerada propias del autor: tan sólo las llagas de las manos y pies y la herida del costado nos recuerdan la Pasión, pero hay una ausencia total de sangre o heridas que afeen el cuerpo de Jesús. Ambos figuras, la de Jesús y María, son sendos ejemplos de búsqueda de la belleza neoplatónica, tan presente en el ideal humanístico.

Cabe destacar el dominio de la técnica escultórica de Miguel Ángel así como el extraordinario pulido de la obra. La luz parece resbalar por el cuerpo de Cristo mientras que los abundantes y profundos pliegues del manto de la Virgen y del sudario crean un juego de luces y sombras que acentúan la belleza plástica de la escultura.

Sin duda nos encontramos ante no sólo una de las obras más hermosas de Miguel Ángel y de la escultura renacentista italiana, sino ante un icono de la religión católica. Todo en ella transmite sosiego, reposo y aceptación por parte de la Madre del destino redentor del Hijo entregado a la Humanidad en ese gesto del brazo izquierdo de María, para la salvación de la misma. A lo largo de su vida Miguel Ángel abordaría nuevamente el tema aunque con una sensibilidad tanto artística como religiosa diferente.

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