Nos encontramos frente a un temple sobre tabla que fue hecho por Miguel ángel en el año 1504, concretamente el Tondo Doni. Se encuentra en Uffizi, Florencia. Sus dimensiones son 120cm de diámetro.
Miguel Ángel trabajó su primera etapa en Florencia,
bajo la protección de los Médici, especialmente como escultor. En esta
ciudad recibió el encargo de la poderosa e influyente familia Doni para
realizar una Sagrada Familia, que el artista inscribió en un círculo
(tondo). De ahí el sobrenombre con que se conoce a este cuadro.
La
formación como escultor de Miguel Ángel determinó el aspecto de sus
figuras, que parecen de una raza de gigantes y cíclopes. Asimismo, pese a
lo temprano de la fecha, la complejísima estructura de la composición
anuncia el Manierismo,
del que se le considera precursor.
La estructura se basa en una curva
helicoidal, que prácticamente no había sido empleada hasta ese momento.
La base de la curva es la Virgen, con unas poderosas piernas que
recuerdan los mantos y las vestiduras de las sibilas en su obra de 1509-1511 en la Capilla Sictina.
María se gira sobre sí misma hacia su derecha para recoger o entregar
al Niño a San José.
El Niño se encuentra en ese famoso "equilibrio
inestable" que caracteriza las figuras del artista, tanto en pintura
como en escultura. San José continúa el movimiento espiral, balanceando
el cuerpo esta vez hacia la izquierda, en cuclillas, sin apoyarse de
manera segura en ninguna parte, una pierna abierta para prestar apoyo al
Niño y otra para sostenerse a sí mismo.
El efecto es de movimiento,
inestabilidad, de grupo apilado que puede derrumbarse en cualquier
momento y sólo se sostiene merced a la increíble fuerza que emana de
todos ellos. Como decimos, esta composición era inusual en la época; sin
embargo, el rasgo más controvertido del Tondo Doni es el friso de
desnudos que hay en el fondo.
Se han interpretado como una
alusión a la Edad Dorada del hombre, ese estado paradisíaco que los
filósofos griegos creían anterior a la civilización. En la Edad Dorada,
como en el Edén cristiano, el hombre estaba en contacto directo y en
gracia con la Naturaleza y no requería vestidos, ni herramientas, ni
armas.
Dada la influencia del neoplatonismo en los círculos
intelectuales florentinos, es probable que Miguel Ángel esté cerrando el
círculo que se inició con el paraíso de la filosofía griega (pagana) y
que finaliza con la llegada de Dios al mundo, que devuelve la perfección
perdida.
La pintura consta de tres escenas principales dispuestas en sucesivos
planos con un fondo final de interesante análisis. A simple vista, el
formato de la pintura -de 120 cm- refleja la imagen de una Virgen María
(manto azul), de modelado y factura clasicista -no en el sentido de la
tradición cuatrocentista sino en el aspecto formal de las figuras
clásicas de la Grecia y Roma antiguas-. intentando recoger o entregar
desde su espalda al niño que un hombre de edad madura le acerca o
sostiene: una postura anatómicamente complicada la de la mujer que, por
cierto, está intensamente iluminada, y cuyo haz se distorsiona según la
disposición de las figuras, que adquieren cierto rango teatral por las
complejas matizaciones de luz y sombra en rostros, brazos y drapeados,
de caprichosa disposición, aunque acentúan el sentido de la profundidad,
en esa primera escena en la que la figura de la Virgen, en su ubicación
de dos dimensiones, genera un triángulo isósceles imaginario. Está
sentada sobre un pequeño soporte que le obliga a tener las piernas semi
cruzadas, según se adivina por la estupenda realización de pliegues y
adhesión de paños en una técnica tan depurada que, pese a lo plano de la
figura, genera una plena sensación de relieve; sobre todo, en la
disposición de su pierna derecha, que parece salir estereométricamente
del plano principal.
De menor relevancia es la figura del niño que, pese a su entronización,
en manos de madre y padre, resulta en un segundo plano en esta primera
escena del cuadro, en actitud seria e “inestablemente” situado al igual
que el conjunto total. Ni que decir tiene que el tercer término en
importancia, por la luminosidad de la escena, recae en el hombre, que
apenas goza de la luz que sí infiere en las carnaciones de madre e hijo.
Las posturas de los tres personajes principales están condicionadas por
la redondez de la tabla, pintada en témpera y óleo introduciendo una
técnica nueva llamada “Cangiante” que nace de la aplicación de colores
puros desde su tonalidad más oscura en el lineado del dibujo hasta
llegar a las zonas de luz en donde el color enardece de viveza con los
blancos. En un segundo plano de esta pintura encontramos a un niño semi
vestido que dirige su mirada al niño de la escena principal: parece
estar separado de ella por una especie de estanque con agua,
intermediario entre las cuatro escenas divisadas en este “tondo”, que
confieren en conjunto una imagen de cruz latina si atendemos a la
disposición de la totalidad de las figuras. Es decir, el brazo
transversal de esa cruz latina lo forman unos “ignudi”
en distintas posiciones, sentados, apoyados y de pie, en una
construcción semicircular en forma de paramento bajo, sin carácter
ruinoso, que cierra la escena en su totalidad dando ese aspecto
bidimensional de cruz latina junto a la disposición longitudinal de la
figura del primer plano, la Virgen, y sobre su cabeza la de San José,
que sostiene al niño.
Hemos
hablado de una cuarta escena que la conformaría el paisaje, cuyo máximo
interés reside en el difuminado de los contornos y la sensación
recreada de profundidad por la percepción del azulado que preside las
montañas y montículos que pueden verse en muy lejana disposición.
Por contraste, también debemos hablar del trabajo de relieve que
confieren los ropajes a las figuras de la primera escena y la apariencia
clasicista que acompaña a los desnudos del fondo. La luminosidad
especial que reverbera en las ropas de la madre, y en partes muy
aisladas del padre , dan a la pintura una animación extraordinaria,
ayudada por el movimiento constante que la posición “serpentinata”
de la Virgen genera. La tensión de los músculos, de los brazos de la
mujer, intentando sostener a su hijo en una postura casi imposible, le
confiere un poder extraordinario en su cuerpo y contrasta con el relax
de su rostro en esta maniobra. Por otra parte, ofrece una imagen
masculina por el dibujo y tensión muscular, poco habitual en el género
femenino. En referencia a los cánones que reflejan las medidas de las
diferentes figuras se debe hablar de dos cánones: el canon de Policleto
de siete cabezas , aplicado a las figuras ornamentales de la tercera
escena, y un canon de ocho cabezas aplicado a las dos figuras del plano
principal, en concreto es visible en la Virgen María (aunque algunas
publicaciones dicen al respecto que Miguel Ángel adoptó el canon de
Leócrates, no es el caso en esta composición, muy ajustada en general a
los parámetros científicos de la óptica renacentista, alejándose incluso
de la llamada “isocefalia” aplicada antaño a los niños representados en
escultura y pintura).
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