Nos encontramos ante una obra pictórica, perteneciente al arte barroco, y en concreto, al naturalismo tenebrista de Zurbarán.
Se trata de un retrato. Es representado con ropajes cuyos colores son cálidos: amarillo, naranja, y azul, significando esto una recuperación lenta del color.
Se intenta plasmar la atención del observador en la imagen y por ello se utiliza un fondo liso, color negro. La Santa tiene en sus manos unas flores, que milagrosamente, han sufrido una transformación, puesto que anteriormente eran panes que ocultaba en los pliegues de la falda.
Representa a la santa, hija de un rey taifa de Toledo, que fue sorprendido por los musulmanes cuando trataba de pasar comida a los cautivos cristianos. Se creó en el año 1640, es un óleo sobre lienzo cuyas dimensiones son 184 x 90 cm y actualmente se encuentra en el Museo del Prado, Madrid.
Francisco de Zurbarán es el prototipo de pintor español que transmite a sus lienzos el mismo amor por los objetos cercanos e idéntica confianza en los seres celestiales, que los imagineros plasmaban en relieves y pasos procesionales.
Por técnica y espíritu fue un "escultor de la pintura", evidencias que se hacen notables en su Crucificado, de la sacristía del convento sevillano de San Pablo. Se formó en Sevilla, luego se refugia en Madrid hasta su muerte, empujado por el éxito arrollador del joven Murillo que le roba prestigio y encargos. Con anterioridad, Zurbarán ya había estado en la Corte, invitado por Velázquez, donde pintó Los trabajos de Hércules y Felipe IV lo nombró "Pintor de Su Majestad"
Su estilo se movió siempre dentro del naturalismo tenebrista del Caravaggio, con figuras muy plásticas de contorno dibujado y sombras robustas. En la recta final esponjará también sus pinturas por influencia de Murillo. Tuvo un gran taller, con numerosos aprendices y oficiales.
Va a pasar a la historia como el pintor de los frailes, la vida monástica y la tela de sus hábitos. Realizó grandes ciclos para las órdenes religiosas y quieren decorar sus claustros, iglesias y sacristías con programas didácticos y retóricos de sus santos y mártires.
En 1629 desarrolla cinco episodios de San Buenaventura para el Colegio franciscano del Santo y un año más tarde pinta para los jesuitas La visión del Beato Alonso Rodríguez. En 1631 firma la Apoteosis de Santo Tomás de Aquino.
En la Cartuja pinta los cuadros del retablo mayor con escenas de la Anunciación, Adoración de los Pastores, Epifanía y Circuncisión. Guadalupe conserva los ocho lienzos de Venerables jerónimos, que tapizan las paredes de su suntuosa Sacristía.
Este interés por los ciclos hará que Zurbarán cultive series evangélicas, bíblicas y profanas, integradas por doce y siete personajes. Son los doce apóstoles, las doce tribus de Israel, los doce trabajos de Hércules, los doce césares, y los siete infantes de Lara.
Otros temas que Zurbarán explotó fueron la Santa Faz y el Niño Jesús labrando en la carpintería con Nazaret una cruz o confeccionado una corona de espinas que se clava en un dedo, brotándole un hilillo de sangre.
La humildad y su verídica transcripción del mundo cotidiano quedan sintetizadas en su faceta como bodegonista, ilustrando en sus ordenados fruteros y cacharros de cocina la máxima de Santa Teresa de Jesús: " Dios también se encuentra entre los pucheros ".